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Lucas Alonso Escritor

lunes, 12 de octubre de 2015

Oro

Como les decía, lo único interesante de esta empresa era que, cuando uno entraba, debía poner en una carpetita cómo era la mitad de su personalidad. La otra mitad quedaba vacía y a futuro criterio de los compañeros de trabajo. Así cuando uno ya fuera conocido dentro de la empresa, estos terceros la completarían. Eso sí, no se podía mentir.
    Todas estas extravagancias eran el resultado de una rara obsesión que tenía el dueño de la empresa por las mitades.
    El hombre, empresario de este pequeño imperio, era bastante tacaño. Tenía a la mitad de los empleados en blanco y les pagaba la mitad del sueldo hasta que, en diciembre, les abonaba las asignaciones pendientes, con la parte adeudada del mismo año. 
    La otra mitad de los empleados, cobraba en negro, uno de ellos, quien les habla.
    El sueldo en negro era entero, más bajo en remuneración que el que cobraba la otra mitad, que estaba en blanco, y sin vacaciones pagas, ni asignaciones familiares.
    La empresa está en la zona de Tigre. El edificio ocupa un predio de una hectárea y media con mucho verde alrededor.
    Se comentaba, que toda esa plata era de una herencia recibida por el dueño, y que por eso actuaba de la extraña forma en que lo hacía.
    Así, antes de entrara a trabajar por primera vez en esta empresa, hay que estudiar un extraño manual. Este consta de cuatro páginas y se le da a cada uno de los postulantes. Ellos ni bien entran a un aula, lo leen durante veinte minutos, para luego dar una lección ante un antiguo empleado.
    Todo esto para ser admitido por la empresa.
    El manual es la explicación de un sistema económico basado en las mitades. En él se cuenta la historia de un pueblo, donde la mitad de los habitantes depende del Estado y cobra un sueldo paupérrimo mientras la otra mitad cobra el equivalente a un doscientos avo de toda la ganancia de las cosechas de un año. Mucho más de lo que ganan los que trabajan para el Estado, pero con un sueldo fluctuante. 
    Como les estaba contando, cuando se daba la lección para entrar a la empresa, sólo se podía leer el manual de cuatro páginas durante un breve lapso de veinte minutos. Tiempo máximo antes de que se nos retiren las hojas de nuestro pupitre, y nos quedáramos charlando con algún otro postulante.
    El empleado más antiguo, muy agradable -he de decir- irá ahora tomando lección.
    Según lo bien que se dé la lección, uno entrará al sector de los trabajadores que estaban en blanco, el más deseado. O, en caso de una mala lección, deberá conformarse con el sueldo de los que trabajan en negro. Uno de ellos quien les habla.
    Lo interesante de esta empresa es que los empleados en negro tenían tareas más variadas, que las de los empleados en blanco. Las de los últimos, son demasiado monótonas. Hasta existe el mito que, una vez, un empleado en blanco llegó a desear estar en negro, pero ese deseo sólo le duró un día.