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Lucas Alonso Escritor

sábado, 30 de julio de 2016

Cuento del sábado: Catalogador de Galaxias & Cataloger of Galaxies

Catalogador de Galaxias




Fue su decisión. Nadie lo obligó a lo que a él le daba el mayor de los placeres y que para otros, tal vez fuera una tortura.
    Con su cuerpo de sílice especialmente preparado para la tarea, ahora trasmite desde los bordes del cúmulo estelar septentrional de la estrella Arcturucs.
    Ciento cincuenta años lleva en su labor. Sabe que las reservas de su flujo de vida, gracias a la tecnología de los Antarianos, rozan los quinientos mil años. Por otro lado, según él nos contó, sacó la cuenta de que si catalogaba unas quinientas por cada día de Andrómeda y llenaba su ficha con todos los datos para luego reenviarla a las cincuenta y tres estrellas interesadas en su trabajo, tal vez pudiera catalogar cincuenta millones de colosales galaxias.
    Su estación espacial no es muy grande, pero sí lo suficiente como para no aburrirse. Es de estilo laberinto, en las que uno, aun conociéndolas, puede desaparecer en sus entrañas por largo tiempo, hasta encontrar de nuevo el camino.
    La estación es de forma cilíndrica, de no más de doscientos metros de largo y treinta de diámetro. Suficiente para tener una centena de recovecos y habitaciones que, con tecnología holográfica, como los que existen en cualquier selva de las estrellas interesadas en el proyecto, te hacen sentir en un pequeño mundo lunar, lleno de vegetación.
    Si uno se encontrara ahora mismo en su lugar, como nosotros mismos podríamos, vería mucha oscuridad desde las ventanas de su cabina preferida. También cuenta con otras cuatro, en total, cinco, todas diferentes. Pero aunque, en apariencia son incomparables unas de otras con muebles de culturas muy diferentes, también son funcionales a la tarea que él lleva a cabo. Para que ustedes se den una idea de las confluencias culturales entre las cinco cabinas, daremos el siguiente ejemplo: en una, se ve una manija para beber líquido, en otra de las cabinas de trabajo, el mismo artilugio es una esfera traslucida, que brilla al tocarla.
    Pero ¿Por qué tanta complejidad y lujo? , podría preguntarse alguien.
    Digamos que los interesados son suficientes, y saben lo que los largos períodos pueden llegar a provocar en la conciencia… En otros términos, para que quien, en su libre albedrío, ha elegido esta tarea no se vuelva loco y, con ello, se pierda la misión.
    Otro podrá preguntar: ¿Por qué una persona sola en una estación espacial haciendo este trabajo?
    Porque las culturas que introdujeron a esta persona siguieron este flujo de vida desde años antes de su nacimiento y saben que es la indicada.
    Otro integrante de este público eterno y atemporal podrá preguntar también: Pero ¿Por qué estar solo?
    En realidad todos estamos solos en el Universo. Los demás pueden estar cerca del cuerpo pero separados por años luz de nuestra conciencia. En definitiva, para que esta persona se concentre más en su tarea y, porque, la soledad es parte del experimento.
    09. X .120. 6574 Fin de trasmisión…



Cataloger of Galaxies



It was his decision. Nobody forces him what gave him the greatest pleasure and for others, it might be torture.
    With his body silica specially prepared for the task now transmitted from the edges of the northern star cluster Star Arcturucs.
    One hundred and fifty years have you been in their work. Known reserves of its flow of life, thanks to the technology Antarian, rub the five hundred thousand years. On the other hand, as he told us, he took account if cataloged five hundred for each day of Andromeda and filled in the form with all the data and then forward it to the fifty-three stars interested in your work, could perhaps classify fifty million colossal galaxies.
    Your space station is not very big, but enough to not get bored. It is a labyrinth style, in which one, even knowing it, may disappear inside her for a long time to find the way back.
    The station is cylindrical in shape, no more than two hundred meters long and one in diameter. Enough to have a hundred nooks and rooms with holographic technology, such as exist in any forest of stars interested in the project, make you feel in a small lunar world, full of greenery.
    If one is found now in place, as we ourselves can, see a lot of darkness from the windows of your favorite booth. It also has other four, a total of five, all different. But although apparently are incomparable each other with furniture from different cultures, they are also functional for the work he performs. For you to give an idea of cultural confluence between the five cabins, give the following example: in one, a handle is to drink liquid, in other booths work, the same widget is a translucent sphere that shines when touched.
    But why so much complexity and luxury? , You could ask someone.
    Let's say that the parties are sufficient, and they know what the long term can provoke in consciousness... In other words, for who in his free will, he has chosen this task does not go crazy and therefore, the mission is lost.
    Another might ask: Why would a person alone in a space station doing this work?
    Because cultures that introduced this person followed this flow of life from years before his birth and know that's the one.
    Another member of this eternal and timeless audience might also ask: But why be alone?
    Actually we are alone in the universe. Others may be close to the body but separated by light years of our consciousness. In short, for this person to focus more on its functions, because loneliness is part of the experiment.
    09. X .120. 6574 End of transmission...





   

   
  
   
   
   

   





sábado, 23 de julio de 2016

Cuento del sábado: JACK

Jack

I

En una mañana de primavera, el sol jugaba con las hojas de los árboles cercanos y, en los pastos del bosque, crecían algunas violetas silvestres.
    El día estaba muy luminoso y, mientras contemplaba de pie la naturaleza que lo rodeaba, Jack descansaba a gusto.
    Vivía en paz consigo mismo y un sentimiento de unión con el Universo lo embargaba.
    Era parte del bosque. Su nombre, que aceptó sin condiciones, lo sentía muy parte suya. Estaba orgulloso de él. Orgulloso de tener el mismo nombre que su amigo.
    Dos gorriones se acercaron a sus pies. La primera visita de la mañana. Aceptó la compañía de los gorriones, mientras estos daban pequeños brincos a su alrededor.
    La tarde pasó y siguió en el bosque pues no tenía a dónde ir. Las estrellas aparecieron y unos visitantes surgieron caminando en dirección a Jack.
    Eran dos hombres que, lentamente, y a un paso que se podría llamar esquivo, caminaban hacía donde él se encontraba. Se detuvieron a sólo diez metros. No parecían haberlo visto.
    En el silencio del anochecer, Jack podía escucharlos y, con un poco de perspicacia, cosa propia entre los suyos, notó que el más alto era el mayor. Tenía barba negra y acariciaba su barba como si con eso lo hiciera parecer más inteligente. Luego, guardó su mano izquierda en el bolsillo del enterizo de jean. El otro tenía pelo corto y lacio, llevaba un traje de vestir azul oscuro, camisa blanca a medio desabrochar. No llevaba corbata puesta.
    Por lo que pudo escuchar, el de traje se llamaba Paul y trabajaba en la financiera del pueblo, a unos cinco kilómetros del lugar.
    El hombre con camisa y pelo corto trataba de hacerle entender algo a su compañero:
    —Te digo que ya no tiene familia. Nadie más que un tío millonario que vive en Europa, y no lo ve desde hace años.
    —Pero si… —el otro lo interrumpió haciendo un ademán—. Pero si…
    —Nada. Hace dos años, cuando fue el funeral de su abuelo, aparte de él, todos los que estábamos éramos gente del pueblo.
    Con toda la pinta de montañés, entero de vaquero, barba larga y no muy seguro de la idea de su compadre igual dijo:
    — ¿Cuál es el plan?
    El hombre de traje, a sabiendas de que ya tenía al otro convencido, guardó silencio ante la pregunta. Se acomodó las solapas del traje azul y, como si fuera a dar un discurso de fin de año, se paró bien derecho —Como sabes, lo conozco desde chico, es más, fui a la escuela con él. Nunca soporté su estúpida bondad. Pero… bueno, eso es otra cuestión. Siempre se manejó mal en los negocios —ahora le sonreía a su compañero—. Hasta podríamos estafarlo todo el resto de su vida sin que el chorlito sé diera cuenta.
    —Entonces, ¿no sería mejor que?… —el otro no lo dejó terminar.      Lo miró con cara de lobo que encuentra su Caperucita perdida y, cuando vio que su compadre no hacía intento alguno de continuar, se dispuso a seguir. Estaba claro que, si había un jefe, ése era el de traje.           
    —Lo haremos a mi modo, será muy simple. En la oficina tengo los papeles con la herencia, que le hice firmar la semana pasada. Como lo preveía, el muy tonto firmó sin leer. Le dije que eran los últimos documentos de la herencia de su abuelo.
    —¿Está tu nombre en ellos, Paul?
    —Por supuesto, la herencia de todo el campo, con el ganado, la casona… hasta los perros —el otro rió festejando a su compañero.                 
    —Bueno, Henry no te preocupes por tu parte, luego que…
    Un ruido de pasos se escuchó no muy lejos, y el otro se detuvo.
    —¿Escuchaste eso Paul?
   —Sí… será mejor que sigamos mañana a la misma hora. Tú ve por allá y yo volveré por donde vinimos. Hasta mañana, Henry.
    —Hasta mañana, Paul.

II

Despertó con el alba. La mañana se fue despejando con el correr de las horas y Jack siguió en el bosque dándole vueltas a sus pensamientos. Veía la brisa ir y venir, contemplaba a las aves en sus recorridos de árbol en árbol. Se quedó toda la tarde esperando a que volvieran los dos hombres del anterior.
    El primero en llegar fue el hombre de barba, Henry. Salieron las primeras estrellas, los últimos colores solferinos del atardecer desaparecieron y el montañés se puso a dar vueltas por las inmediaciones.
    Por lo visto, no llevaba reloj, y estaba impaciente. Se tocaba la barba, daba grandes pasos por los pastizales.
    Esperó casi media hora, y el otro no aparecía. Cuando llegó, vio que llevaba un traje celeste con la misma camisa del día anterior. Traía un pequeño maletín color café.
     —¡Viniste!
     —No te iba a fallar.
    Luego de hablar algunas banalidades sobre las tareas de aquel día, el hombre de traje se dispuso a seguir con el plan.
    —Los papeles están listos; sólo hubo una pequeña variante                 —interpuso una mano para que no lo interrumpiera—. Ahora somos tres.
    — ¿Cómo que tres? Pero… ¡En qué va a acabar esto, Paul!
    —Déjame explicarte —el otro hizo un gesto apesadumbrado y afirmativo con su cabeza—. Nunca se me ocurrió que podría suceder esto.
    — ¿Qué?
    —Ayer a la tarde, estaba por traer el original, y una copia de la herencia firmada. Pero, a último momento, la duda me atrapó… y ya sabes cómo es eso…
    —No es buena consejera.
    —Exactamente. Dejé los papeles en el escritorio. Hoy a la mañana llegué a la oficina, y alguien ya había abierto la puerta. La primera persona que se me cruzó por la cabeza fue Carol que podría haber leído los papeles. Cuando entré, estaba haciendo lo que tanto temía,  y me miraba con los papeles en la mano. En ese momento, se me cruzaron mil ideas, pero solo dos soluciones posibles. Una era matarla a ella también. Ya sabes cómo es Carol.
    —Sí, está bien buena.
    —No, tonto, lo que quiero decir es que no es una mujer de muchas vueltas. Enseguida le expliqué todo lo que habíamos planeado. Accedió, si recibía el treinta y tres por ciento de las ganancias del campo.
    —Bueno, como dice el dicho, lo hecho, hecho está. Entonces, ¿cuál es el plan?
    —Ya ideé los últimos detalles con el agregado de Carol. No le va a salir tan barato —dijo, enfatizando las dos últimas palabras, y el otro hizo un gesto como si fuera lo más obvio—. Tendrá que ganarse su parte haciendo de campana en la puerta de la estancia. Llegaremos a las seis de la mañana en tu camioneta. Mientras nosotros recorremos a pie los últimos trescientos metros hasta la casona, ella se quedará en la entrada, con la camioneta en marcha por cualquier imprevisto. Tocaremos la puerta y, cuando nos abra… pasamos como si estuviéramos de visita con la excusa de algún negocio. A la primera oportunidad, a una señal mía, tú le inyectas el veneno. Llevaré una segunda jeringa, por si se complica.
    El montañés, no muy convencido de lo último, igual dijo:
    —Y Jack será historia.
    Los dos rieron, mientras a Jack, le recorría un escalofrío por todo el cuerpo. La víctima era su amigo, el que le había dado un nombre a él, que no tenía ninguno. Debía avisarle. Pero, ¿cómo?
    Mientras los dos hombres se alejaban, arreglando los últimos detalles de su malévolo plan, sintió toda la impotencia que nunca antes habría sentido.   
    Aquella noche, Jack durmió intranquilo y despertó al amanecer con toda la congoja que se puede sentir, cuando se tiene la certeza del peligro que corre un ser querido y nada se puede hacer.
    A media mañana, volvieron los dos hombres trayendo, con mucho esfuerzo, un gran costal. Lo arrastraban por el bosque, y llevaban cada uno unas palas al hombro.
    —¿Dónde? —preguntó el montañés.
    El otro sé acercó a Jack y una sonrisa malévola se le dibujó en el rostro. 
    —Acá.
    —Pero, ¿si lo descubren?
    —No te preocupes por eso. No perdamos más tiempo.
    Durante un buen rato cavaron en el lugar y, poco después, tiraron el pesado costal al pozo.
    Después pusieron una capa de pasto y la única diferencia que se veía era una nueva y pequeña elevación en el terreno. Fuera de eso estaba como antes.   
    Sabía quién estaba en el costal y lloró en silencio…
    A los cinco minutos, el ruido de una camioneta a toda marcha se oyó a lo lejos.  Momentos después, a unos veinte metros de Jack, la camioneta coleaba en la tierra, y frenaba.
    —¡Vamos! ¡Rápido! Todo ha salido mal —gritó una muchacha desde la camioneta.
    Los dos hombres se miraron por un momento y, sin dudar, corrieron rumbo al vehículo, mientras éste salía como había llegado.
    Jack no pudo terminar de entender todo lo que sucedía cuando llegó más gente. Esta vez, un gran auto azul del que bajaron cuatro hombres. Tres de ellos eran oficiales, mientras que el último, llevaba puesto un traje negro y un impermeable encima.
    —La señora Blanck dijo que iban en ésta dirección.
    —Pero yo no creo…
    —Piense una cosa, Fernández, llevaban un costal. ¿Qué cree que llevaban en el costal? —dijo el hombre de impermeable a uno de los oficiales.
    —. Sí ya sé, ya sé—respondió el otro.
    El de impermeable caminó como dudando hacia Jack y su rostro, al ver el nombre, quedó paralizado.
    —¡Vengan, miren esto! —los otros se acercaron y, como fotocopias, quedaron con la misma expresión atónita.
    —¡Busquen por alrededor!
    Con la orden del hombre de impermeable, los tres oficiales, se pusieron a trabajar al momento mientras una traía una pala. Luego de mover un poco la tierra, volvieron todo a su lugar.              
    Como si la obra de los malhechores hubiera tenido cierto sentido y planificación, los cuatro hombres quedaron pensativos.
    Como si hubiera estado preparado por años, el nombre permanecía tallado en el tronco.
    Era su árbol preferido, el lugar del bosque de su niñez. Ahí se sentaba a leer o, simplemente, a escuchar a la naturaleza, y comentaba con su amigo de largas ramas, jugando, tal vez, a que él lo escuchaba.


III

Por muchos años no hubo días como aquellos, en ese bosque del Estado de Colorado.
    Los árboles nunca olvidaron al muchacho que contaba cuentos en voz alta y, cada tanto, le pedían a Jack el único árbol con nombre. Que contara otras cosas de aquel muchacho.
    Cómo, a los seis años, con el cuchillo que su abuelo le había regalado para su cumpleaños, talló en grandes letras su nombre en el frondoso tronco.


























martes, 19 de julio de 2016

Este fin de semana en la costa, Mariana Méndez me filmó este video:




sábado, 16 de julio de 2016

Cuento del sábado: VIAJEROS DEL TIEMPO


 VIAJEROS DEL TIEMPO





Miro por mi ventana. Por ser horas avanzadas de la noche, la situación me parece rara. A media cuadra hay una persona en pose de meditación oriental. Es un hombre. Pero no termina ahí la extrañeza: a su lado, en posición como para clavarle una daga, hay otro igual, de pantalón negro y camisa blanca desabrochada. 
Los dos parecen meditar en la quietud; se los podría confundir con estatuas. 
Para no perder la cordura, analizo la escena, y concluyo que está congelada. Ninguna de los dos realiza movimiento alguno y no parecen de este mundo. Pero, como si esta noche fuera de sorpresas sin fin, como un espejismo, ¡desaparecen! Ya no están. Sólo una neblina queda… 
¡Estaban atrás del parque que da a la ventana de mi habitación y se han esfumado! Antes de volverme loco, deduzco: “Viajeros de otro mundo”. Lo que vi, espejismo de tiempo futuro.




viernes, 15 de julio de 2016

Les presento mi nueva novela





Para el que la quiera tener, estoy muy feliz 

de anunciar, que mi nueva novela ya está 

disponible en La Periférica Distribuidora. 

¡Yupi! bajo el sello Pocket Editorial.





jueves, 14 de julio de 2016

Mi intervención este miércoles 13, en el Slam de Poesía:

sábado, 9 de julio de 2016

Cuento: El Ermitaño Ingles - Un Ermite Anglais


Un ermitaño inglés








El ermitaño vivía con un grupo de leones. Se había perdido en una expedición, de eso hacía dos años. Nunca lo encontraron. Ahora sólo tenía sus dos valijas: una era la de su chelo y otra, la de la ropa, que iba alternando.
    Gracias a las notas de su violonchelo seguía vivo. Lo visitaban cuando amanecía. Él empezaba a tocar hasta la puesta del sol y los leones le llevaban carne cruda que cocinaba a la noche, bien tarde.
     Un día, mientras tocaba su música, un león macho trató de atacarlo y dos hembras se lo impidieron.
    En su nueva y extraña existencia, el ermitaño tenía una posesión especial. Se trataba de una cortina de grandes y bellas lentejuelas de colores, que había sacado de su casa y que había llevado, para colgar en la cabaña donde iba a hospedarse, si su destino no hubiera cambiado. Ahora, la cortina colgaba de tres maderas que simulaban una puerta, única obra que había llevado a cabo. Los leones, miraban esas grandes lentejuelas que, en sus reflejos, jugaban con el sol mientras él, hacía su música.




      Un ermite anglais








Un ermite anglais. L’ermite vivait avec un groupe de lions. Il s’était perdu suite à une expédition, il y a de cela deux ans. On ne le retrouva jamais. Il ne lui restait maintenant que deux valises : l’une contenant son violoncelle, l’autre celle de ses habits.
    Grâce aux notes de son violoncelle, il restait en vie. Ils le visitaient à l’aube. Lui commençait à jouer et continuait jusqu’à ce que le soleil soit levé. Les lions lui apportaient de la viande crue qu’il cuisinait la nuit, fort tard.
    Un jour, tandis qu’il jouait sa musique, un lion mâle chercha à l’attaquer mais deux femelles l’en empêchèrent.
    Dans sa nouvelle et étrange existence, l’ermite avait une possession spéciale. Il s’agissait d’un rideau fait de grandes et belles paillettes de couleur, qu’il avait pris de sa maison pour l’accrocher dans la cabane qu’il habiterait, si son destin n’eut pas changé. Maintenant, le rideau était accroché à trois bouts de bois qui simulaient une porte, unique ouvrage qu’il ait mené à bien. Les lions regardaient ces paillettes qui, par leurs reflets, jouaient avec le soleil tandis que lui poursuivait sa musique.