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Lucas Alonso Escritor

viernes, 28 de octubre de 2016

Cuento del sábado: Oro

Oro





Como les decía, lo único interesante de esta empresa era que, cuando uno entraba, debía poner en una carpetita cómo era la mitad de su personalidad. La otra mitad quedaba vacía y a futuro criterio de los compañeros de trabajo. Así cuando uno ya fuera conocido dentro de la empresa, estos terceros la completarían. Eso sí, no se podía mentir.
    Todas estas extravagancias eran el resultado de una rara obsesión que tenía el dueño de la empresa por las mitades.
    El hombre, empresario de este pequeño imperio, era bastante tacaño. Tenía a la mitad de los empleados en blanco y les pagaba la mitad del sueldo hasta que, en diciembre, les abonaba las asignaciones pendientes, con la parte adeudada del mismo año. 
    La otra mitad de los empleados, cobraba en negro, uno de ellos, quien les habla.
    El sueldo en negro era entero, más bajo en remuneración que el que cobraba la otra mitad, que estaba en blanco, y sin vacaciones pagas, ni asignaciones familiares.
    La empresa está en la zona de Tigre. El edificio ocupa un predio de una hectárea y media con mucho verde alrededor.
    Se comentaba, que toda esa plata era de una herencia recibida por el dueño, y que por eso actuaba de la extraña forma en que lo hacía.
    Así, antes de entrara a trabajar por primera vez en esta empresa, hay que estudiar un extraño manual. Este consta de cuatro páginas y se le da a cada uno de los postulantes. Ellos ni bien entran a un aula, lo leen durante veinte minutos, para luego dar una lección ante un antiguo empleado.
    Todo esto para ser admitido por la empresa.
    El manual es la explicación de un sistema económico basado en las mitades. En él se cuenta la historia de un pueblo, donde la mitad de los habitantes depende del Estado y cobra un sueldo paupérrimo mientras la otra mitad cobra el equivalente a un doscientos avo de toda la ganancia de las cosechas de un año. Mucho más de lo que ganan los que trabajan para el Estado, pero con un sueldo fluctuante. 
    Como les estaba contando, cuando se daba la lección para entrar a la empresa, sólo se podía leer el manual de cuatro páginas durante un breve lapso de veinte minutos. Tiempo máximo antes de que se nos retiren las hojas de nuestro pupitre, y nos quedáramos charlando con algún otro postulante.
    El empleado más antiguo, muy agradable -he de decir- irá ahora tomando lección.
    Según lo bien que se dé la lección, uno entrará al sector de los trabajadores que estaban en blanco, el más deseado. O, en caso de una mala lección, deberá conformarse con el sueldo de los que trabajan en negro. Uno de ellos quien les habla.
    Lo interesante de esta empresa es que los empleados en negro tenían tareas más variadas, que las de los empleados en blanco. Las de los últimos, son demasiado monótonas. Hasta existe el mito que, una vez, un empleado en blanco llegó a desear estar en negro, pero ese deseo sólo le duró un día.











sábado, 22 de octubre de 2016

Cuento del sábado: El planeta Amarillo



El Planeta Amarillo




I

En aquel bello planeta de desiertos extensos y cielos sin nubes, en una de las tantas formaciones rocosas del país de Kumbu-La, vivía un científico de la abstracción. Morlo era su nombre, y desde la terraza de arenisca de su casa, observaba los rayos de Alberta que llegaban a la cueva. Descansaba con una taza de té de cactus, en su mano derecha delantera. Era un momento de calma y placidez, hasta que una ráfaga de viento le hizo recordar la fantástica historia de su especie. De aquellos gráciles seres cuadrúpedos que, en épocas pasadas, corrían por los bajíos de altos follajes. De aquellas primeras aventuras de los antepasados por los extensos desiertos de su mundo.
    El paisaje hipnotizaba al científico, mientras sacaba la cuenta de que hacía unos 102.000 giros de Amarillo a Alberta, su pueblo, gracias a una antigua y venerada civilización galáctica, había tomado conciencia. También, en el paisaje de la ventana, se veía cientos de unas flores muy particulares. Morlo sabía que, según antiguas historias, estas  flores, habían sido creadas por la misma civilización, que otrora le diera conciencia a su pueblo. Sabía que esta civilización, en busca de un destino, había partido rumbo a las estrellas.
    El pueblo de Morlo tenía otro legado de esta misteriosa civilización: el idioma y el nombre de su especie, “Agulares”, palabra que deriva del hecho de tener cuatro manos, dos delante y dos atrás.
    Con el tiempo, al descifrar los antiguos textos, los agulares aprendieron a crear las flores minerales y de metal. Estas, desde el alba hasta el crepúsculo, brillan en los horizontes desérticos de Amarillo.
    Pero, ¡no crean que los Agulares están solos en esta tierra! Cuentan con la ayuda de una interesante especie que puebla la gran Galaxia: la especie humana. Juntos, dan forma a las flores que adornan los paisajes de este mundo desértico y rocoso.

II

Morlo observaba el paisaje con su catalejo por las amplias ventanas de arenisca que, de modo natural, se forman en la roca amarillenta.
    ¡Había miles de flores!
    —Todo tiende a su centro y se estabiliza —dijo en vos alta.
    Miró a su última creación: La Flor de Oro y al verla brillar, pensó: “Mucha luz llega desde Alberta…”.
    Por la escalera irregular subía un humano de pelo castaño y le preguntó:
    —Sigus… ¿cuál es el número que el cielo dispuso para regir al orden estelar?   
    —¡Trece! —respondió el humano que, además era su asistente en la tarea de crear las flores minerales.
    —Si  el trece es el número con el que está construido el Universo, querido Sigus, ¿debemos suponer que son trece las divisiones del infinito?
    —Creo, Morlo, que es probable que sean trece…                —respondió de manera escueta el humano.
    Sigus hubiera dado una respuesta mejor, pero sus pensamientos estaban a una legua de distancia, más precisamente, en el terreno de su casa, donde experimentaba con algo maravilloso. Pequeños y finos pastos. 
    “¡Una verdadera alfombra viva!”, pensó orgulloso Sigus, y siguió: “Hice un verdadero milagro, porque en estado natural, crece muy disperso y despacio”. Entonces, se preguntó si el diálogo con el científico, que cada veintiocho vueltas de Amarillo a Alberta, le pagaba su sueldo, no se debería a que, con su telepatía, el agular sospechaba algo. Sospechaba que su atención estaba en el experimento de su casa.
    —Ya que no me prestas atención, eres libre de irte a tu casa —dijo el científico de la abstracción, que había leído los pensamientos de su empleado.
    El tiempo pago se había cumplido y Sigus,  acostumbrado a la telepatía de Morlo, sólo se creyó en la obligación de despedirse. Como se acostumbraba, saludó al agular con una mano. Ya en el camino bordeado por las piedras naranja fluorescente, sus preocupaciones regresaron. Pensaba en su esposa. Ella estaba extasiada con su experimento, pero a diferencia de él tenía sus propias ideas sobre lo que aún consideraba magros resultados.
    “¡Emma desea comerse el pequeño pasto!”, se dijo Sigus, angustiado, y dejó su habitual paso tranquilo y comenzó a caminar mas rápido. “Debo hacer lo imposible para convencerla de que ése no es el destino que he elegido para mi experimento”, se dijo cuando Alberta con sus rayos solferinos marcó el fin de aquella jornada.
    Llegó a la puerta de su casa de piedra. Un millardo de estrellas se asomó en el cielo y Emma, al verlo entrar, comentó:
    —Cuidaba tu experimento y me preguntaba, ¿qué vas a hacer con tan rico pasto?
    Sigus se sacó el poncho, se dejó el quitón y confesó:
    —Emma, ¿cuántas veces tengo que decírtelo? No lo veas como un alimento. Es sólo un experimento...               —Ella lo miró y él prosiguió—: Para algo cobramos un sueldo con el que podemos comprar vegetales.    
    Dejó el poncho en el perchero:
    —Vayamos al mercado y…  
    Pero no pudo terminar. Emma entró en un ataque de histeria y a grito pelado, exclamó:
    —¡Los vegetales del mercado no son ni la mitad de nutritivos que los de tu cultivo!  ¡Y estos los tenemos acá, sin tener que caminar una legua!
    —Emma querida, vayamos por partes —dijo un Sigus conciliador y en un intento de calmarla, agregó —: Salgamos a ver el cielo nocturno…
    Su esposa aceptó, no muy convencida, y luego de algunas vueltas, en las que ordenó enseres, al fin salió a observar el espectáculo del centro galáctico. Se sentó en el suelo junto a su esposo y, con imaginación, los dos vieron cómo el millardo de estrellas de múltiples colores hacían las veinte constelaciones  de ramilletes de flores geométricas. Varias estrellas fugaces cruzaban el firmamento. Un sordo silencio cubría el cielo y Emma fue la primera en hablar:
    —No quiero que pienses que estoy en contra de tu experimento… —Sigus se ordenó el pelo enrulado, sonrió, la acarició y ella continuó—: Sólo quiero saber cuál va a ser la finalidad de todo esto…
    Miró a su hermosa mujer con cariño y dijo:
    —Voy a contarte...
    —Soy toda oídos...
    —Una vez tuve un sueño. En ese sueño, el mundo aparecía cubierto de los más deliciosos pastos que alguna vez hayas probado… —sacó su pipa, preparó el tabaco—: ¡He descubierto una fórmula!
    —¿Para qué?
    Sigus parpadeó y respondió:
    —Para crear alfombras verdes y con ellas, cubrir nuestro desértico planeta —extendió la mano como si abarcara el horizonte—. ¡Nuestro mundo sería verde Emma! ¡Todos comeríamos del mejor pasto!
    —¡Podríamos volvernos ricos! —exclamó ella.
    Sigus supo que lo decía en broma. Rieron juntos, se les quitó un gran peso de encima y entonces se dijo a sí mismo: “Ahora sé que mi experimento está en buenas manos…”.







jueves, 20 de octubre de 2016

Mis libros editados por Pocket Editorial,



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sábado, 15 de octubre de 2016

Slam Capital Copa "'Fuego en los Bidones"' 2do Puesto Lucas Alonso

viernes, 14 de octubre de 2016

Poesía del sábado: Intuición

Intuición




Dentro de la marea de la Vida
la intuición se percibe como tiempo.


Los tiempos son momentos.
Instantes especiales en que la voz interna habla.


Si la levedad del ser actúa sobre el continuo del espacio tiempo,
¿Un deja-vú, es un tiempo?


Superando la esfera que hasta ahora los limitaba,
Los seres de arenilla ahora se propagan…




martes, 11 de octubre de 2016

El Metro de Terciopelo Vol. 29 Edición especial Moroca lo Huevo parte I

sábado, 8 de octubre de 2016

Poesía del sábado: El sentimiento es eterno

 El sentimiento es Eterno




Salta y cae, siempre el mismo dilema.
Animus, enemigo de la Luz, ataca de nuevo.
Su camino lo condena.
Que el ruido no detenga tu camino.


Somos los Guerreros de la Luz
Los que siempre volvemos,
una y otra vez, de una punta a otra de la Galaxia.


Presentar batalla: he ahí el desafío.
Si estas palabras resuenan en tú corazón,
sabrás que llegó el momento.


La Luz vuelve siempre a su fuente,
protege al elegido.
No te dejes engañar,
sigue el único camino.