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Lucas Alonso Escritor

viernes, 27 de enero de 2017

Viñeta del sábado: Estrella Sirio


Estrella Sirio 



Un espacio infinito y blanco se extendía a su alrededor. A lo lejos, las tierras voladoras eran coronadas por misteriosas ciudades que se movían en una lenta y graciosa danza. La inmensidad de las tierras le causaba una magnética atracción y entonces pensó: “Si camino en dirección a ellas, tardaré días en alcanzarlas… algún día llegaré…”.
    Era cuando decidía iniciar la marcha pero en un tiempo de esa extraña realidad, tenía la sensación de que, sin todavía haberlas alcanzado, por semanas había caminado.
    Recorría la perpetua planicie hasta qué la alucinante y eterna visión, como había llegado, se disipaba… Su realidad de nuevo mutaba. Una nueva invención se dibujaba. Aparecía ¡Una nube dorada! Y si no fuera por unas manchas oscuras que jugaban a cambiar la perspectiva de su realidad, ahora, por la nube amarilla, todo sería radiante. En ese cambio constante, la oscuridad ganaba. La nube pasaba a ser solo una pléyade de estrellas de un oscuro cosmos.
    Flotaba en un espacio de fantásticas constelaciones que le iluminaban sus manos. Giraba junto a los destinos que como escenas de su vida pasaban frente a él. Era cuando sabía que el ciclo se cumplía y la nube regresaba.









sábado, 21 de enero de 2017

Cuento del sábado: Inicio del Tiempo del no Tiempo

Inicio del tiempo del no tiempo






En difusas imágenes, recuerdos de su existencia y de sueños alguna vez vividos, se le repetían en una cadena discontinua. Otras veces pensaba que estaba dormido, hasta que, transitando una calle abovedada de altos árboles y al mirar el reflejo del sol en unas hojas, la sensación de que el Universo está formado por círculos, regresaba. En cualquier momento sobrevendría el deja-vú, en ese preciso instante, volvía al limbo.
    No podía decir que existiera una sensación determinada, por eso, siempre que regresaba, era como no sentir nada. Sólo imágenes cambiantes que, al cabo de un periodo de estar rodeado de ellas, lo embargaban de una cordial emoción.
    Era una sensación de libertad y la causa de ello residía en que su cuerpo flotaba. Entonces, su ser se equilibraba al recordar que no era cuestión de entender. Bastaba con observar. Observar esa nada, y dejar que los recuerdos de la vida siguieran en un lento divagar... Pero aunque así lo quiso, siempre se elevaba hasta cierto punto que nunca pudo precisar, pero que era una frontera infranqueable, entonces, regresaba al lugar donde todo comenzaba.
    Giraba con un sentimiento envolvente de ser parte del todo. Rodeado por millones de estrellas, sabía que estaba de vuelta, de vuelta para comenzar el círculo que formaba su particular existencia.
    Volvía al campo ventoso, en el que las hierbas danzantes, con un movimiento constante, ahora marcaban un tiempo tortuoso.
    El cielo estaba encapotado, con formaciones de nubes grises y blancas, todas de franjas oscuras y, aunque a veces hubiera deseado que fuera una mañana o una noche estrellada, el mismo amanecer era su constante.
    Las nubes, con su amenaza de tormenta, traían una brisa que le agitaba la cabellera. Algunas dejaban pasar luz solar. Pero otras, oscuras y poderosas, tapaban su cielo. No traían lluvia, solo viento.






domingo, 15 de enero de 2017

¡Llegue a los 1111 Me Gusta!

    

Puede parecer una tontería, pero hoy en día, seria un poco hipócrita, negar la importancia que le damos a esta página llamada "FaceBook ". Creíamos que todo estaba creado y llegó a nuestras terrícolas vidas. Por eso, me alegra decirles que: Llegue a los 1111 Me Gusta! Gracias a todos y a todas. Por si alguien mas tiene ganas de poner, Me Gusta, acá el enlace: 





viernes, 13 de enero de 2017

Cuento del sábado: La Historia Circular

I

Todo comenzó una tarde de domingo cerca del lago. Como se conocía mi gran interés por los ovnis, me preguntaron si estaba enterado de la próxima aparición del globo rojo.
    Con mi gran curiosidad innata, pregunté:
    —¿Qué globo Rojo?
    —Es una esfera de ese color que aparecerá dentro de cinco días, en Villa Vicario —me respondieron.
    No pude salir de mi asombro, y en la conmoción del momento pensé que ya tendría que estar avisando a todo el mundo. O sea a mis conocidos que, luego, lo transmitirían a sus allegados y así, en su momento, lo sabría mucha gente. Hasta pensé en avisar a través de una radio difusora, pero enseguida me di cuenta de que esa idea venía de mi gran emoción.
    No pasaron tres días que, hablando del tema con la gente del pueblo conocí cinco chicos que estaban enterados de los futuros posibles acontecimientos. Era el premio al esfuerzo de haber hablado, durante casi dos jornadas completas, y no desaproveché la oportunidad de seguir informándome.
    Le pregunté a uno que llevaba el pelo largo casi hasta la cintura, al mejor estilo heavy metal. En realidad, tres de ellos tenían el pelo largo, los otros dos corto; uno era rubio, y el otro llevaba anteojos. El heavy comentó:
    —Se trata de una vieja historia del pueblo de Vicario, y es de hace unas décadas. Allí vivía un hombre llamado Narciso, que al parecer era muy malo. No se llevaba bien con los adolescentes. Siempre los amenazaba con que iba a traer el globo rojo —el muchacho luego de acomodarse la larga cabellera prosiguió—. Ellos por supuesto aprovechaban lo dicho por este, para realizarle todo tipo de bromas.
    El muchacho de anteojos siguió con el relato:
    —Parece ser que a él no le importó y siguió con el mismo cuento hasta que, un bendito día, el tal Narciso murió.
    El heavy interrumpiendo al muchacho de anteojos:
    —El pueblo no supo si entristecerse o alegrarse y quedo en silencio con el acontecimiento.
    Luego de dos meses, a mediados de verano, algunos pobladores dijeron que les había parecido ver a Narciso caminando de noche, por el campo. Y la más extraña prueba del suceso fue que al día siguiente, en la mañana y frente a las playas, un gran globo rojo de más de tres metros de diámetro apareció flotando en el aire. Nadie pudo creer lo que fue a contar al pueblo, la gente que caminaba por la playa esa mañana.
    Cuando el tercer muchacho terminó de contar, yo no supe que decir.
    Cierto era que nunca había oído una historia como ésa. Pero tampoco me convencía de que fuera verdad, y también me desilusionaba tal vez no poder concretar mi idea de ver un ovni. Igual les dije que resultaba una historia muy entretenida y ellos, en suma, me dijeron que pensaban del mismo modo. Pero, por pura curiosidad y diversión, también tenían pensado el domingo ir a ver que sucedía en Villa Vicario.
    No voy a negar que me tentara la posibilidad de aventura. Además cuando luego, el de anteojos dijo:
    —¡Muy posiblemente no pase nada! —entendí que esa era una probable verdad, pero aun así sería interesante ir a ver si sucedía algo, y les dije que iría de buena gana.
    Arreglamos que nos encontraríamos los seis, al día siguiente, ahí entre los árboles, frente al mar.
    Al otro día, a media tarde, estábamos todos hablando entusiasmados, hasta que uno de los chicos, el último en llegar y quien, de tan exaltados, no le habíamos dejado decir palabra, comentó:
    —Por la televisión están haciendo un reportaje a una señora que vive en Villa Vicario, y ella cuenta la misma historia que Narciso, y afirma que es verídica.
    El muchacho vivía a pocas cuadras de ahí, y al trote fuimos a ver la entrevista a la señora.
    “Era cierto parecía muy extraño que fuera verdad. Pero ahí estaba la historia del globo rojo en el noticiero”.
    Cuando llegamos a la casa de este muchacho, su madre miraba la TV de la cocina, y nos invitó a sentarnos a la mesa redonda, a ver a esta otra señora que aparecía en televisión contando la historia.
    La de la nota tenía el pelo blanco, y unos setenta años de edad, calculé, mientras miraba el reportaje. Parecía una campesina.
    De fondo, se podían ver unos pastos verde claro, típicos de los campos en las afueras de la ciudad. El periodista era Valentín Branco y preguntaba:
    —¿Pero esta segura, que esa historia es verídica?
    —Le repito que yo misma conocí a Narciso, y fui testigo de una de las apariciones del globo rojo.
    —O sea, que no apareció una sola vez.
    —En ningún momento dije que fuera una sola vez. Por lo menos, cinco veces, si mal no recuerdo.
    —Y dígame… ¿El resto del pueblo cree en Narciso? ¿Toda Villa Vicario cree en la historia del globo rojo?
    La entrevista continuó dando vueltas siempre en torno a lo mismo, y nos aburrimos de verla, aunque estábamos bastante sorprendidos con todo aquello.
    Ya no había más nada que hacer, y nos dispusimos a irnos, pero antes arreglamos con los muchachos que nos encontraríamos el viernes antes de la noche, para salir a tomar algo y dar unas vueltas por el centro.
    Ese mismo viernes, nos encontramos a media tarde en la calle Vitorica. Caminamos un rato por sus angostas veredas, buscando un bar que fuera de nuestro gusto. El mismo tema seguía dando vueltas y por fin arreglamos que en vez de salir y acostarnos tarde, como solíamos hacer, nos iríamos a dormir temprano para levantarnos a las seis en punto y partir hacia Villa Vicario, que se localizaba a unos cuarenta kilómetros.
    Al amanecer, nos encontramos en el borde de la plaza que baja hasta la costa, a un costado de la autopista a Villa Vicario. Yo iba en bicicleta igual que otro de los chicos, mientras dos iban en dos motos y el resto, en un fitito.
    Antes de que saliéramos nos sorprendió la emisora de TV de nuestra ciudad con el reconocido periodista Valentín Branco. Lo miramos asombrados mientras él le decía al camarógrafo que bajara de la camioneta para filmarnos que él nos preguntaría si nuestros preparativos a hora tan temprana del sábado, eran para ir a ver al globo rojo.
    Al parecer sin que nos diéramos cuenta, como ocupábamos una parte de la rotonda de entrada a la ciudad, debíamos de estar llamando la atención: Por eso la camioneta del canal, ávida de noticias sobre el globo rojo y buscando algo para el noticiero de la mañana, se detuvo frente a nosotros.
    Nos quedamos hablando con Valentín Branco durante unos minutos. Nos preguntó a qué nos dedicábamos. Yo dije que era estudiante y ahí me enteré de que tres de los chicos que viajaban en el Fiat 600, tenían una oficina dentro de la Dirección General de Rentas. Una oficina privada, cosa que me extrañó mucho, porque se trataba de un ente estatal. Estos muchachos, el cual uno era el de anteojos, contaron como las ya conocidas privatizaciones habían llegado a eso, y como habían entrado al ente con su pequeña oficina privada, al fondo de un pasillo dentro de una de las dependencias de la empresa estatal. Luego Valentín le dijo al camarógrafo que cortara. Branco parecía muy contento con la nota y ante la emoción de tener ya algo desde tan temprano, arregló con nosotros, que nos seguiría con la camioneta durante los primeros cinco kilómetros para filmar nuestra salida en dirección al pueblo vecino.

II
    
Arrancamos dos en bicicleta, dos en moto y el resto en auto, con la camioneta del canal que nos seguía y nos filmaba.
    Valentín con el micrófono extendido por la ventanilla delantera, iba preguntando qué esperanzas teníamos de ver al globo rojo.
    Enseguida noté que estábamos yendo bastante rápido y que el otro chico de la bicicleta era un verdadero ciclista. No era que yo no supiera andar, porque en verdad me consideraba buen ciclista y  estaba en buen estado. Pero también era cierto que resultaba bastante difícil seguir la marcha de la caravana, y muchas veces me quedé atrás, y tuve que pedalear fuerte para alcanzarlos.
    Valentín fue pasando el micrófono a uno por uno y todos iban opinando yo, como siempre, venía bastante atrás. El, con el micrófono y yo, a puro pedaleo, intentamos acercarnos para que pudiera dar mi opinión al noticiero de la tarde, y cuando pude decir “no sé”, la bicicleta se me movió y estuvo a punto de quedarse debajo de las ruedas traseras de la camioneta.
    Cuando empezamos a pasar ante el parque industrial, la camioneta del canal dio media vuelta en la rotonda y se perdió rumbo a la ciudad.
    Seguí pedaleando con fuerza para seguirles el ritmo a los demás. Uno de los que iban en moto, me propuso que me agarrara de él para no tener que seguir pedaleando. Pero desistí de la propuesta.
    Tenia muy fresco, todavía, el momento que casi había chocado con la camioneta, y preferí seguir como estábamos.
    Ya eran las once, el cielo se veía bastante claro, mientras una nube de smog, como una larga mancha gris, descansaba a baja altura en el cielo turquesa de esa mañana.
    A eso del mediodía, el parque industrial había quedado atrás y, por fin, pudimos volver a ver al mar.
    Paramos a descansar junto a la rambla y nos quedamos a comer unos sándwiches que uno de los muchachos había llevado. Más exactamente, el que nos invitó a ver la TV con su madre, la cual de buena gana, preparó provisiones para cuando paráramos a descansar, camino a nuestra extraña aventura.
    Cerca de donde nos encontrábamos, dos hombres, a quienes en un principio, no dimos la menor importancia, permanecían en la rambla mirando el mar, absortos en una conversación que nos pareció, por lo menos a mí, de lo más profunda. Un rato después, entre risas y carcajadas, terminamos por llamarles la atención nosotros a ellos. Se acercaron y, luego de presentarse, nos preguntaron a dónde nos dirigíamos.
    Enseguida les contamos a dónde íbamos y uno de ellos, el más alto y grandote, de anchos bigotes, preguntó:
    —¿No oyeron hablar sobre el globo rojo?
    Entusiasmados respondimos 
    —¡A eso venimos! 
    Nos pusimos a hablar del tema como si fuera la primera vez, pero en esta ocasión, con dos nuevos integrantes, más adultos que nosotros.
    —Nosotros también vamos a ver el globo rojo, pero  todavía no estamos muy seguros de ir o no —dijo el más flaco y bajo de los dos.
    —Por que, si bien vimos la historia de la señora por TV, pareció una historia de campo, de ésas que se cuentan en los pueblos — agregó el de bigotes.
    Todos concordamos en eso, que no era más que una historia de las que se cuentan en los pueblos, pero uno de los muchachos, en nombre de todos, dijo: 
    —Igual iremos a ver si pasa algo.
    Esto último pareció convencer a los dos hombres. El de bigotes agregó:
    —Somos los dueños de la estación de servicio con parada de ómnibus, que está enfrente de la rambla, del otro lado de la ruta.
    —No queremos hacerles perder más tiempo. Espérennos cinco minutos, que le avisamos al chico que trabaja en la  estación de servicio que nos vamos, y enseguida venimos con un coche                 —agregó el flaco.
    Los hombres nos resultaron agradables y buena gente, y aceptamos gustosos. También les dijimos que, si tardaban un poco más, no mucho, no se preocuparan que los esperaríamos.
    Cinco minutos después, estábamos otra vez rumbo a Villa Vicario. Ahora, con dos autos, dos motos y dos bicicletas.
    El hombre de bigotes iba del lado del acompañante y no dejaba de gritarnos y animarnos para que los dos ciclistas siguiéramos pedaleando.
    La cosa era que, con este nuevo vehículo y los gritos del hombre de bigotes, estábamos yendo más rápido que antes. Los autos en la ruta pasaban por mi lado, formando bolsas de viento que me obligaban a zigzaguear peligrosamente.
    Luego de una hora y media, pasamos por la terminal ferroviaria cercana a Villa Vicario y el aire fresco, más la ruta que ahora venía un poco en bajada, ayudaron a mis últimos esfuerzos de pedaleo.
    Pasamos por debajo del puente del ferrocarril y salimos a la bajada del pueblo, entrando en las pocas cuadras de ciudad del lado de la playa.
    La mayoría de las casas de Villa Vicario, eran de paredes blancas y tejas rojas, en un bello juego de colores con el verde del campo y el horizonte marino de fondo. Nos dirigimos a una casa y uno de los chicos, el de anteojos, ni bien paramos frente a ella, subió rápido la escalera y abrió la puerta. Todos entramos en la cocina y alguno de los muchachos guardaron cosas en la heladera. Cuando pregunté, un poco en serio, un poco en broma:
    —¿Pensamos quedarnos mucho tiempo?
    —Sí, todo el fin de semana —me respondió el heavy de pelo largo.
    Me sorprendió la noticia, porque el domingo tenía que estudiar. Además de que no había avisado en casa, porque creía que volveríamos el mismo día. Repliqué entonces: 
    —¡Che, podrían haberme avisado!
    Todos, incluidos los dos hombres, que también fueron invitados a la casa, trataron de convencerme de que me quedara. Aparte, no sabíamos si el globo rojo iba a hacer su aparición el sábado o el  domingo.
    Casi me habían convencido, cuando pedí permiso para hablar por teléfono y avisar que no volvería ese día. Me atendió la operadora, y le pedí el número de la remiseria. La chica dijo no sé qué y empezó a dictar rápidamente un número. Entonces pregunté:
    —Disculpe ¿Que ha dicho?
    —¡El número que doy es el correcto! —respondió, como si la sorprendiera mi pregunta. Luego volvió a decir la misma frase incomprensible y a repetir el número de teléfono, tan rápido, que no me dio tiempo para anotar. Entonces le dije:
    —Puede repetirlo, porque de tan rápido que lo dicta no me da tiempo para anotar.
    Cortó y me dejó con el auricular en la mano, oyendo el tono de la línea vacía. Pensé entonces que, de volver a llamar, la telefonista me reconocería la voz y volvería a cortar. Desistí del intento.
    A la casa había entrado alguien más, y una pared me impedía ver quien era, y quise ir a ver si la chica estaba tan buena como decían. Entonces colgué y dejé la llamada para más tarde. Pensé, también, en volver en bicicleta por la ruta. Pero ya media tarde y pronto bajaría el sol y, aunque casi me decidí a salir rápido, supe que no llegaría muy lejos antes de que la noche me atrapara en medio de la ruta. No era miedoso, pero ya estaba bastante asustado con manejar de día, como para ir de noche sin luces, con todos los autos pasándome por al lado.
    Volví a la cocina a ver a esa muchacha. No era muy alta, pero sí muy linda, y hablaba como loro con los chicos explicando no sé qué embrujo para llamar al alma de Narciso, cosa que me pareció muy de mal gusto. En realidad no era esa la razón, sino que no tenía ganas de que lo hicieran. Pero la persona más inquieta del grupo, el hombre de bigotes, bajando unos escalones hasta un patio sin techo que daba a una alta terraza, desde donde se podía ver el horizonte del mar atardeciendo, dijo:
    —Hagámoslo antes de que la noche termine por llegar.
    
III

De ahí en adelante todo pasó muy rápido. La chica se puso junto al hombre y dijo:
    —Yo voy a ser la primera en decir el conjuro.
    Empezó a pronunciar extrañas palabras. Luego pareció como si estuviera poseída, y con gran fuerza empujó primero al hombre de bigotes, que no era pequeño, y empujándolos hacia atrás, golpeó a cada uno de los demás en el pecho.
    A mí no llegó a golpearme, porque me alejé y no pareció verme.
    Luego de eso, con voz rara, la chica dijo:
    —Ahora deben hacerlo los demás.
    —Estoy de acuerdo —dijo el de bigotes junto con algunos muchachos que afirmaron con la cabeza, mientras la única negativa  era la del compañero de bigotes y la mía.
    Ayudados por la chica en el ritual, empezaron con el conjuro. No perdí tiempo y empecé a correr como loco buscando la salida de la casa, porque me daba cuenta de que era un verdadero laberinto. Pero que en mi nerviosismo no podía encontrar una salida.
    Las extrañas frases se oían desde la cocina. Luego de un momento creí entender la forma de la casa, y en eso se oyó un grito terrorífico como si mataran a alguien. No dudé ni un segundo: era la voz del otro hombre, el amigo del de bigotes. Tampoco dudé de la locura colectiva de los que estaban ahí, ni cuál era la causa de ese grito y qué le habían hecho al pobre hombre. Porque no había aceptado repetir el conjuro. No pude seguir sacando conclusiones por que una fuerte voz proveniente del mayor del grupo, dijo                —¡Atrapen al muchacho! ¡Atrápenlo!
    Salí corriendo y, de un salto, bajé las escaleras. El de bigotes me seguía de cerca pero tuve la distancia suficiente como para agarrar la bici y salir a la carrera. El hombre corría rápido y estaba a punto de alcanzarme, pero subí y empecé a pedalear por una calle en subida, que la recorrí como si fuera una recta. Pasé por debajo del puente ferroviario y salí a la ruta. Era de noche, estaba muy oscuro, y después de eso no recordé más.
    Cuando desperté, todos me rodeaban, los muchachos y los dos hombres, y dijeron al unísono:
    —¡Sorpresa!
    El terror se apodero de mí. No sabía que me había o que me habían hecho, ni dónde estaba.
    La luz que entraba por una ventana me indicó que era de día y que, posiblemente, estuviera en el hospital. Otra gente conocida también estaba ahí, y eso me tranquilizó. Uno de los chicos, como si yo fuera una especie de héroe, dijo:
    —¡Volviste pedaleando dormido!  
    Todos, hasta algunos conocidos, inclusive, lo confirmaron como si fuera la más pura verdad. Me pareció de lo más extraño que había oído, y entonces dije —¿Cómo que volví pedaleando dormido?
    Me lo repitieron y agregaron que ya estaba comprobado, que me habían encontrado cerca de la entrada de la ciudad el sábado a la noche, dormido y tirado a un costado de la ruta, y que una ambulancia me había llevado al hospital.
    Otra de las cosas que me sorprendieron entre el palabrerío que oí todavía medio dormido, fue que eso había pasado casi cuarenta y ocho horas atrás, y que hoy era lunes.
    Luego de eso, desperté.
    Eran las ocho de la noche y estaba oscureciendo. Me había acostado a las seis de la tarde. Fue uno de los sueños más extraños que jamás he tenido. Dudé un poco, y luego empecé a escribir.