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Lucas Alonso Escritor

sábado, 10 de febrero de 2018

Cuento del sábado: El Hombre Pastilla


Se que este es un cuento que ya he subido un par de veces, pero por ser uno de los más populares, me dieron ganas de volver a ponerlo. Podría agregar que el texto es parte del libro "La Vida con un Duende" 




Y que el dibujo pertenece a Facundo Gorostiza 😊 



El Hombre Pastilla




Estoy en mi habitación de la planta baja, con la ventana abierta y es la una de la madrugada. La inspiración ha alejado al sueño.
        Por la ventana contemplo el parque del fondo, con mi eterna taza de té. Es el intervalo mientras escribo un relato corto, cuando algo llama mi atención.
Dentro del pequeño horizonte del parque hasta la calle, aparece una extraña figura. Está a unos cien metros.
Lo observé un momento:
“¡Ahí está! ¡Parece una estatua!”, me digo.
    Nunca olvidaré esa escena y recuerdo que, a pesar de lo misterioso, ese ser que todavía no se define, me trasmite una sensación de empatía.
“Cree que yo no lo veo”, pienso y me vuelvo a decir: “No debe de medir más de un metro”.
Al salir un poco de la alucinación, me doy cuenta de que llevaba una túnica negra, con una línea gruesa horizontal que le cruza el rostro redondo, gris metálico… ¡como si fuera una pastilla!
El farol de la calle me permitía verlo bien y, por un rato, sigue igual.
Yo desde mi ventana, él a cien metros, junto al farol de la calle, seguimos sin movernos. Es cuando deduzco que no es de este mundo.
—¡Es un ser astral!—exclamo, alucinado, a punto de volcar mi taza de té.
Imagino sus pensamientos. Supongo que debe creer que, como está parado junto a la caja de luz, quieto como estatua y de madrugada, nadie nota su presencia.
Si no fuera por el farol y el pasto corto del parque, no podría verlo tan bien y dudaría de mi cordura.
Aunque había oído historias sobre este tipo de extraterrestre sabía que, bajo ese traje, hay un cuerpo vaporoso. Sé que a estos, en particular, les encantaba visitar la Tierra.
¡Les gusta experimentar un mundo de dimensión densa!
Se disfrazaban y bajaban como un cohete con sus trajes espaciales y sus rostros redondos y planos.
Concluyo que puedo quedarme toda la noche mirándolo y sé que él no se moverá. Pero me preocupa que sean las dos y media, porque tengo que levantarme a las ocho de la mañana.
Es cuando caigo en la cuenta de que él y yo somos los únicos despiertos.
¡El hombre pastilla observa mis movimientos!”, digo para mis adentros y, a pesar del cansancio, sé que no puedo preocuparme más por él o por lo que pensará de mí.
Con respeto hacia el hombre pastilla, bajo la persiana y me voy a dormir. No descanso media hora, cuando me despierto sobresaltado. Abro la ventana y veo que sigue ahí.
Me recorre un escalofrío.
No tengo miedo, pero su presencia me da una sensación de extrañeza. Por un momento dejo de mirarlo y me acomodo en el escritorio para escribir lo que veo. Entonces razono que el hombre pastilla, con su gran velocidad, por su condición de ser astral, mientras yo estoy de espaldas, puede asomarse por la ventana.
    Desisto y regreso a la ventana.
    ¡Ahí está!
Sé que, según las historias que se cuentan de sus apariciones en Estados Unidos, Alemania y otros países, a los hombres pastilla se los considera seres inofensivos. Además, en su condición de etéreos, es de suponer que tienen un nivel evolutivo más alto que el nuestro.
El sueño me vence. Dejo al hombre pastilla libre de hacer lo que quiera. Eso sí: no me olvidé de cerrar bien la ventana.