Con su armadura oxidada iba el
caballero sin caballo, hacía un sinfín sin destino. Su camino era difícil, de
esos traicioneros, donde un pozo puede contener una serpiente y cada esquina
deparar un desafío.
No había recorrido mucha distancia cuando la primera extrañeza de su
aventura se le apareció en forma de serpiente emplumada.
Nunca creyó que un ser así pudiera existir. Pero ahí estaba, flotando en
el aire con un cuerpo verde lleno de escamas y dos pares de alas, de plumas
rojas y azules.
La serpiente emplumada dejó asomar su lengua bífida y preguntó:
—¿A
dónde quieres ir, si aún no conoces tu camino?
El caballero, sorprendido de que la
serpiente hablara, respondió:
—Se hace camino al andar y si uno se
pierde, se desanda.
La serpiente hizo otra pregunta:
—Entonces,
¿aceptas que puedes estar en el camino equivocado?
El caballero vio que la serpiente tenía intención de confundirlo y
respondió:
—No importa si avanzamos o retrocedemos,
siempre estamos en el mismo lugar. Sólo cambia el escenario. Pues como el
camino es ilusión, es todos los lugares al mismo tiempo.
La serpiente se esfumó.