Los frutos del árbol
Boros se
detuvo a observar el primer árbol y con cara de no tener respuestas volvió a
levantar los hombros.
Los pequeños árboles eran de tronco blanco
y hojas amarillas, estos, no superaban la centena y seguidos por los niños de
sorprendentes ojos, continuaron hasta la siguiente loma.
Cuando comenzaron a subir, sin intención de
soltárselas, los pequeños los tomaron de las manos y los empujaron hacía atrás.
Indicaban los pequeños árboles. Decidieron regresar a las plantas.
Cuando llegaron al primer árbol, los niños
les indicaron unos frutos anaranjados.
Los dos se sentaron debajo de la copa de un
árbol y empezaron a comer los frutos. Pero los otros no se creyeron en la
obligación de quedarse a ver si los visitantes continuaban con lo que se les
había encomendado y con cada manchado, jugando, se alejaron hasta desaparecer
en la loma siguiente.
Los
frutos eran dulces de consistencia mantecosa,
sabrosos y hasta que creyeron no poder más, los dos acusaban buen
apetito, comieron hasta el hastió. Sin poder tragar otro bocado, Ulises le
ofreció a uno de los niños que rezagado, se había quedo a observarlos, pero
este por alguna razón, se negó a tomarlo. Ulises se apresuró a saludarlo
mientras se alejaba:
—¿Por qué no habrán querido?
—Tal vez ya habían comido.
Ulises no se conformó con la respuesta de
su amigo y con la idea de que guardaba algo, añadió:
—Vamos Boros, nos trajeron hasta este lugar
para probar estos frutos y se negaron a probarlos como si los tuvieran
prohibidos.
Boros lo miro, luego miro la loma y comenzó
a sonreír:
—Desde ese punto de vista, puede que así sea.
Pero no sé si será por estos frutos, o por el lugar, creo no tener muchas ganas
de pensar en eso —y para sorpresa del otro, insinuó—: Solo deja que las cosas
sucedan.
La luz del lugar jugaba con las hojas
amarillas, una suave brisa haciendo olas con los pastos pasó frente a ellos y
Ulises entonces pensó que no sabía si era por el lugar o por los frutos, como
su compañero dijera, pero cierto era que una extraña sensación lo estaba
reteniendo.
Este extracto pertenece a la novela: La Máquina de la Vida