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Lucas Alonso Escritor

viernes, 2 de septiembre de 2016

Cuento del sábado: El Planeta Rojo

El Planeta Rojo 



i

Thephoris era diplomático y hacía varios años que trabajaba en el imperio del Polo Norte. Elyseum, donde intentaba saldar cualquier inconveniente que pudiera surgir con el otro imperio del planeta, el sureño imperio regido por la estrella Antares, la corporación Atlantis.  
    El sueño de toda su vida, era la unión de los dos reinos en una sola nación planetaria, intentar lograr esto, le había llevado mas esfuerzos de los que deseaba.
    Las potencias que actuaban como fuerzas de contingencia, Thephoris sabía que le iban a hacer lo imposible para que no lograra su objetivo. “Tal vez, la ubicación astrológica de mi amado mundo en el Universo, impide un mayor avance’’ decía.
    El día anterior, su ayudante Hellium había invadido su intimidad y sueño al despertarlo de mañana por el intercomunicador planetario. El tema: un problema climático en los ecuadores.
    El lugar referido, era la línea divisoria marcada por las luces cristalinas láser. Eran los límites que marcaban la frontera entre los dos reinos polares. Las luces cristalinas bordeaban todo el ecuador del planeta.
    Thephoris recordó que el día anterior fue cuando le llegó la noticia de boca de Hellium. Ahora, un sentimiento de que las puertas de un infierno habían sido abiertas le provocaba un extraño cosquilleo interno.
    Era una premonición que estaba dentro de él.
    ¿Qué sucedería en su amado mundo? En este hermoso mundo de infinitos oasis, de desiertos mezclados con selvas, que invitan a recorrerlo, pues la temperatura es muy benigna.
    El clima no reclamaba más que estar bien provisto de víveres y de una bolsa de dormir para recostarse y mirar el cielo estrellado y al planeta azul que todas las noches, se eleva por uno cielo solferino.
    ¿Cambiaría algo de las frágiles selvas que crecían en infinidades en todo su mundo y que, como joyas verdes, como jardines perfectos, llamaban al deleite y a la meditación?
    ¿Era ésta una fisura entre los dos imperios surgida de la nada con la que se encontraría al llegar en barco a su destino?
    Thephoris no quiso seguir con mas especulaciones. Dejó sobre la mesa el cilindro con la bebida caliente que acostumbraba tomar en las mañanas y partió en busca de un taxi que lo llevara al puerto donde una embarcación lo esperaba.
    Tenía por delante dos días de travesía.

II

Al paso del taxi triciclo descubierto, la hermosa capital de Elyseum se levantaba majestuosa con sus torres de cristal.
    Thephoris ahora estaba rodeado de jardines colgantes de vasta vegetación, con profusión de flores. Iba a cien kilómetros por hora, por una de las avenidas principales de arena vidriada. Cada mil metros, la avenida a sus costados, cambiaba de especies vegetales, aromas y colores que él ahora disfrutaba.
    Edificios piramidales o de otras formas como las esféricas, se levantaban en cada esquina. En sus intersecciones, las avenidas de grandes obeliscos de cristal cortaban la capital en ángulos de cuarenta y cinco grados.
    El viaje no duró mucho y, en menos de dos horas, se trasladaba por la avenida costanera.
    A diez kilómetros de distancia, con la pirámide del Gobierno Central se elevaba como un cerro y era rodeada por cientos de otras pirámides mas pequeñas que a la distancia crecían de manera escalonada. 
    Un movimiento incesante de cargas de diverso tipo se desplegaba por tierra y aire con diferentes destinos a todas partes del sureño Atlantis.    
    —¡Profesor Thephoris! ¡Profesor Thephoris!
    Ahí estaba su ayudante. Este lo esperaba para despedirlo junto al muelle y, al llamarlo profesor, le recordaba su antigua profesión, pues Hellium había sido alumno suyo y nunca había dejado de anteponer el título al nombre.
    —Ayúdame a bajar de este vehículo y dame un abrazo.
         Hellium ayudó a bajar a Thephoris y este agregó:
    —La misión que me espera necesita de todas mis fuerzas. 
    Hellium ayudó a su viejo profesor y mentor a bajar del triciclo y, luego de abrazarlo como a un viejo amigo, lo acompaño al embarcadero.
    —Tiempos difíciles nos esperan —decía Thephoris con su caminata dificultosa por la edad y su media sonrisa característica—. Si lo que tú dices es cierto y mis conjeturas también, el principio de un posible fin se cierne sobre nuestro bello y  frágil mundo.  
    Su alumno, mientras seguía sus pasos, meditó un momento y dijo:
   —La alineación de las estrellas así lo marcan. Estoy seguro de que hay un cambio en el clima de nuestro planeta. Esto sucede cara cuarenta mil años y todos los gobernantes y sabios de nuestro mundo parecen haberlo olvidado —el joven y astuto discípulo miró a su profesor para ver si agregaba algo y, viendo que no, concluyó—: Acá está el informe, profesor Thephoris.
    Le alcanzó una carpeta de proporciones considerables con dibujos estelares en azul y amarillo dorado. Hellium se cubrió los hombros con su capa para protegerse de la fuerte brisa del mar le enfriaba el cuerpo, y dijo:
    —¡Que los dioses de Arcturo te guíen, sabio Thephoris!
    —El camino estelar guiará a nuestro velero por el mar —Thephoris hizo una pausa donde Hellium vió el brillo característico de los ojos de su mentor—. Tal vez, cuando llegue a mi destino, no encuentre nada…
    Embarcó rumbo al mar de las Sirenas, donde en sus aguas tropicales, la naturaleza universal, había creado los mas magníficos especímenes de grandes peces que un mundo pudiera contener. Los peces rojos pegasus con sus colas multicolores de hasta doce metros que, para observar desde la superficie marina  a las embarcaciones, siempre se acercaban con sus grandes ojos curiosos.
    Hacía tiempo que no subía a un barco y, a pesar de la obligación de su misión, estar de nuevo en el mar le causó placer y nostalgia de tiempos pasados. Además el camarote que recibió por su cargo en el Gobierno Central era casi tan amplio como su propio departamento.
    Desde la ventana oblonga lateral tenía una magnífica vista del mar oscuro y profundo. Contempló el paisaje por la gran ventana. A Thephoris el paisaje le despertó el apetito, entonces pidió algo de comer.
    Mientras esperaba, se recostó en un mullido sillón…
    El atardecer lo deleitó con un horizonte de anillos provocado por las lagunas artificiales que causaban una especia de hipnosis al paso de la embarcación mientras también revelaban la forma redondeada de la costa.
    El agua marcaba líneas doradas por la caída del sol.
    La primera noche, Thephoris se quedó en la cubierta. La estrella Arcturo se elevó marcando el polo norte y, la brisa marina le rozó la cabeza.
    Pasó la noche mirando el firmamento y, pensando soluciones para un problema que aún no podía palpar. Cuando el amanecer con el planeta azul se asomó en el horizonte, decidió ir a descansar.
    El segundo día navegaron por donde los monzones todos los años nacen desde la salvaje Zephyra.  
    Observó
    Los cultivos de algas azules que se extendían hasta el horizonte visible y daban alimento y abundancia a su planeta. Eran también la tranquilidad de su gente y la paz de su mundo.
    Implantadas por ambos Imperios, los campos marinos proveían de un alimento proteico y tan abundante que no hacía falta disputar.
    Milenios pasaron desde que Elyseum y Atlantis se organizaron para crearlos. La labor y su uso los había unido en una paz duradera y Thephoris, como buen diplomático, estaba orgulloso de los campos de algas azules.
    El tiempo transcurrió en un campo de algas casi infinito. Pero antes de llegar a destino, a media mañana del segundo día de travesía, primero como un espejismo en los horizontes de algas, luego, en contraste con el mar azul profundo, en pequeños manchones de arena, aparecieron de la nada desiertos rojizos.
    Sí: sus oscuros pensamientos eran certeros. Un golpe al orgullo de su raza aparecía en forma de arena pantanosa.
    Los cultivos marinos eran el orgullo de su humanidad y ahora estaban siendo atacados por un virus de arena roja.
    Esa mañana Thephoris permaneció observando las manchas grotescas de arena que ensuciaban las algas. Con perspicacia, se dio cuenta de que esa aparición se debía a cambios en los ciclos naturales, que la matemática certera de su sabio ayudante Hellium le había mostrado días atrás con firmeza aplastante.
    Una gran angustia llenó su pecho.
    Pensó que individuos de pobre mentalidad, cercanos a las sedes de poder, utilizarían esta información para crear conflictos.
    A la tarde, la embarcación de ciento cincuenta metros de eslora, tuvo que maniobrar contra un banco de arena amarilla pestilente. Thephoris con tres ayudantes trasbordó a una lancha de navegación por esos pantanos para continuar rumbo al ecuador. Los demás quedaron en el barco para pedir ayuda a causa de esas malas nuevas.  
    Para esta época del año el clima de la zona ya no parecía el mismo. Un viento caliente llegaba desde los ecuadores y por las lecturas de los mapas electrónicos, faltaban selvas de importancia. Parecía que todo había sido tragado por un pantano arenoso en plena expansión.
    Por la falta de agua, la lancha se deslizaba por la arena.
    A media tarde, debieron seguir a pie.
    Llegaron a un área ecuatorial que, ahora, separada por grandes avenidas de arena roja, otrora, ya no estaba salpicada de oasis vegetales.
    Descansaron en el nuevo desierto para continuar al día siguiente.
    A media mañana del tercer día de travesía, un nuevo desierto de promontorios de roca, que antes tapaba la selva, se extendía por todas partes.    
    “Es inesperada la velocidad de este cambio”, pensó Thephoris ya agotado, cuando el intercomunicador de cristal de cuarzo que llevaba en la cintura, empezó a sonar con una suave campana y a titilar con una luz rojiza.  Hellium lo llamaba.
    Como si los acontecimientos hubieran provocado en su discípulo un cambio de personalidad, antes diplomática y ahora belicosa, Hellium nervioso pero con voz firme expresó:
    —¡El imperio de Atlantis está preparando rayos láser en dirección a Elyseum, nos culpan de iniciar una guerra climática con armas biológicas! —hizo un silencio que a Thephoris le pareció eterno y, continuo—:  Nos dan dos semanas para revertir los cambios climáticos que afectan los cultivos de algas y la captura de peces. La población de peces pegasus que consumen los atlantianos  está disminuyendo y también nos culpan de ello.
    Tuvo la impresión de que una nube negra se asomaba y cubría todo su mundo. Thephoris vio que, desde dimensiones eterices y no visibles a los suyos, la contingencia ganaba poder y hacía trizas sus deseos de unir a todo el planeta en un solo imperio. Pensó en llamar al grupo de sabios del gobierno de Elyseum para hablar con Atlantis de lo que él ahora sabía.  
   
III

Sin embargo, aunque Thephoris y su ayudante Hellium explicaron el asunto, que eran cambios provocados por un ciclo planetario, y que muchos más en Atlantis también lo hicieron. Las fuerzas de la contingencia tomaron poder de las débiles voluntades de gobernantes sin espíritu. No paso mucho hasta que el conflicto armado se desató por todo el planeta rojo y ya no solo los desiertos avanzaron, sino que las dos grandes civilizaciones polares quedaron hechas escombro y polvo.
    El planeta Marte nunca más se recuperó de ese desastre hasta la llegada del hombre del planeta azul.