El Planeta Rojo
i
Thephoris era
diplomático y hacía varios años que trabajaba en el imperio del Polo Norte. Elyseum, donde intentaba saldar
cualquier inconveniente que pudiera surgir con el otro imperio del planeta, el
sureño imperio regido por la estrella Antares,
la corporación Atlantis.
El sueño de toda su vida, era la unión de
los dos reinos en una sola nación planetaria, intentar lograr esto, le había
llevado mas esfuerzos de los que deseaba.
Las potencias que actuaban como fuerzas de
contingencia, Thephoris sabía que le
iban a hacer lo imposible para que no lograra su objetivo. “Tal vez, la
ubicación astrológica de mi amado mundo en el Universo, impide un mayor
avance’’ decía.
El día anterior, su ayudante Hellium había invadido su intimidad y
sueño al despertarlo de mañana por el intercomunicador planetario. El tema: un
problema climático en los ecuadores.
El lugar referido, era la línea divisoria
marcada por las luces cristalinas láser. Eran los límites que marcaban la
frontera entre los dos reinos polares. Las luces cristalinas bordeaban todo el
ecuador del planeta.
Thephoris
recordó que el día anterior fue cuando le llegó la noticia de boca de Hellium. Ahora, un sentimiento de que
las puertas de un infierno habían sido abiertas le provocaba un extraño
cosquilleo interno.
Era una premonición que estaba dentro de
él.
¿Qué sucedería en su amado mundo? En este
hermoso mundo de infinitos oasis, de desiertos mezclados con selvas, que
invitan a recorrerlo, pues la temperatura es muy benigna.
El clima no reclamaba más que estar bien
provisto de víveres y de una bolsa de dormir para recostarse y mirar el cielo
estrellado y al planeta azul que todas las noches, se eleva por uno cielo
solferino.
¿Cambiaría algo de las frágiles selvas que
crecían en infinidades en todo su mundo y que, como joyas verdes, como jardines
perfectos, llamaban al deleite y a la meditación?
¿Era ésta una fisura entre los dos imperios
surgida de la nada con la que se encontraría al llegar en barco a su destino?
Thephoris
no quiso seguir con mas especulaciones. Dejó sobre la mesa el cilindro con la
bebida caliente que acostumbraba tomar en las mañanas y partió en busca de un
taxi que lo llevara al puerto donde una embarcación lo esperaba.
Tenía por delante dos días de travesía.
II
Al
paso del taxi triciclo descubierto, la hermosa capital de Elyseum se levantaba majestuosa con sus torres de cristal.
Thephoris
ahora estaba rodeado de jardines colgantes de vasta vegetación, con profusión
de flores. Iba a cien kilómetros por hora, por una de las avenidas principales
de arena vidriada. Cada mil metros, la avenida a sus costados, cambiaba de
especies vegetales, aromas y colores que él ahora disfrutaba.
Edificios piramidales o de otras formas
como las esféricas, se levantaban en cada esquina. En sus intersecciones, las
avenidas de grandes obeliscos de cristal cortaban la capital en ángulos de
cuarenta y cinco grados.
El viaje no duró mucho y, en menos de dos
horas, se trasladaba por la avenida costanera.
A diez kilómetros de distancia, con la
pirámide del Gobierno Central se elevaba como un cerro y era rodeada por
cientos de otras pirámides mas pequeñas que a la distancia crecían de manera
escalonada.
Un movimiento incesante de cargas de
diverso tipo se desplegaba por tierra y aire con diferentes destinos a todas
partes del sureño Atlantis.
—¡Profesor Thephoris! ¡Profesor Thephoris!
Ahí estaba su ayudante. Este lo esperaba
para despedirlo junto al muelle y, al llamarlo profesor, le recordaba su
antigua profesión, pues Hellium había
sido alumno suyo y nunca había dejado de anteponer el título al nombre.
—Ayúdame a bajar
de este vehículo y dame un abrazo.
Hellium ayudó a bajar a Thephoris y este agregó:
—La misión que me espera
necesita de todas mis fuerzas.
Hellium ayudó a su viejo profesor y mentor a bajar
del triciclo y, luego de abrazarlo como a un viejo amigo, lo acompaño al
embarcadero.
—Tiempos
difíciles nos esperan —decía Thephoris
con su caminata dificultosa por la edad y su media sonrisa característica—. Si lo que tú dices es cierto y mis conjeturas también,
el principio de un posible fin se cierne sobre nuestro bello y frágil mundo.
Su alumno, mientras seguía sus pasos,
meditó un momento y dijo:
—La alineación de las
estrellas así lo marcan. Estoy seguro de que hay un cambio en el clima de
nuestro planeta. Esto sucede cara cuarenta mil años y todos los gobernantes y
sabios de nuestro mundo parecen haberlo olvidado —el joven y astuto discípulo miró
a su profesor para ver si agregaba algo y, viendo que no, concluyó—: Acá está
el informe, profesor Thephoris.
Le alcanzó una carpeta de proporciones
considerables con dibujos estelares en azul y amarillo dorado. Hellium se cubrió los hombros con su
capa para protegerse de la fuerte brisa del mar le enfriaba el cuerpo, y dijo:
—¡Que los dioses de Arcturo te guíen, sabio Thephoris!
—El camino
estelar guiará a nuestro velero por el mar —Thephoris hizo una pausa donde Hellium vió el brillo característico de
los ojos de su mentor—. Tal vez, cuando llegue a mi
destino, no encuentre nada…
Embarcó rumbo al mar de
las Sirenas, donde en sus aguas
tropicales, la naturaleza universal, había creado los mas magníficos
especímenes de grandes peces que un mundo pudiera contener. Los peces rojos pegasus con sus colas multicolores de
hasta doce metros que, para observar desde la superficie marina a las embarcaciones, siempre se acercaban con
sus grandes ojos curiosos.
Hacía tiempo que no
subía a un barco y, a pesar de la obligación de su misión, estar de nuevo en el
mar le causó placer y nostalgia de tiempos pasados. Además el camarote que
recibió por su cargo en el Gobierno Central era casi tan amplio como su propio
departamento.
Desde la ventana oblonga
lateral tenía una magnífica vista del mar oscuro y profundo. Contempló el paisaje
por la gran ventana. A Thephoris
el paisaje le despertó el apetito, entonces pidió algo de comer.
Mientras esperaba, se
recostó en un mullido sillón…
El atardecer lo deleitó
con un horizonte de anillos provocado por las lagunas artificiales que causaban
una especia de hipnosis al paso de la embarcación mientras también revelaban la
forma redondeada de la costa.
El agua marcaba líneas
doradas por la caída del sol.
La primera noche, Thephoris se quedó en la cubierta. La
estrella Arcturo se elevó
marcando el polo norte y, la brisa marina le rozó la cabeza.
Pasó la noche mirando el firmamento y,
pensando soluciones para un problema que aún no podía palpar. Cuando el
amanecer con el planeta azul se asomó en el horizonte, decidió ir a descansar.
El segundo día navegaron por donde los
monzones todos los años nacen desde la salvaje Zephyra.
Observó
Los cultivos de algas azules que se
extendían hasta el horizonte visible y daban alimento y abundancia a su
planeta. Eran también la tranquilidad de su gente y la paz de su mundo.
Implantadas por ambos Imperios, los campos
marinos proveían de un alimento proteico y tan abundante que no hacía falta
disputar.
Milenios pasaron desde que Elyseum y Atlantis se organizaron para crearlos. La labor y su uso los había
unido en una paz duradera y Thephoris,
como buen diplomático, estaba orgulloso de los campos de algas azules.
El tiempo transcurrió en un campo de algas
casi infinito. Pero antes de llegar a destino, a media mañana del segundo día
de travesía, primero como un espejismo en los horizontes de algas, luego, en
contraste con el mar azul profundo, en pequeños manchones de arena, aparecieron
de la nada desiertos rojizos.
Sí: sus oscuros pensamientos eran certeros.
Un golpe al orgullo de su raza aparecía en forma de arena pantanosa.
Los cultivos marinos eran el orgullo de su
humanidad y ahora estaban siendo atacados por un virus de arena roja.
Esa mañana Thephoris permaneció observando las manchas grotescas de arena que
ensuciaban las algas. Con perspicacia, se dio cuenta de que esa aparición se
debía a cambios en los ciclos naturales, que la matemática certera de su sabio
ayudante Hellium le había mostrado
días atrás con firmeza aplastante.
Una gran angustia llenó su pecho.
Pensó que individuos de pobre mentalidad,
cercanos a las sedes de poder, utilizarían esta información para crear
conflictos.
A la tarde, la embarcación de ciento
cincuenta metros de eslora, tuvo que maniobrar contra un banco de arena
amarilla pestilente. Thephoris con
tres ayudantes trasbordó a una lancha de navegación por esos pantanos para
continuar rumbo al ecuador. Los demás quedaron en el barco para pedir ayuda a
causa de esas malas nuevas.
Para esta época del año el clima de la zona
ya no parecía el mismo. Un viento caliente llegaba desde los ecuadores y por
las lecturas de los mapas electrónicos, faltaban selvas de importancia. Parecía
que todo había sido tragado por un pantano arenoso en plena expansión.
Por la falta de agua, la lancha se
deslizaba por la arena.
A media tarde, debieron seguir a pie.
Llegaron a un área ecuatorial que, ahora,
separada por grandes avenidas de arena roja, otrora, ya no estaba salpicada de
oasis vegetales.
Descansaron en el nuevo desierto para
continuar al día siguiente.
A media mañana del tercer día de travesía,
un nuevo desierto de promontorios de roca, que antes tapaba la selva, se
extendía por todas partes.
“Es inesperada la velocidad de este
cambio”, pensó Thephoris ya agotado,
cuando el intercomunicador de cristal de cuarzo que llevaba en la cintura,
empezó a sonar con una suave campana y a titilar con una luz rojiza. Hellium
lo llamaba.
Como si los acontecimientos hubieran
provocado en su discípulo un cambio de personalidad, antes diplomática y ahora
belicosa, Hellium nervioso pero con
voz firme expresó:
—¡El imperio de Atlantis está preparando rayos láser en
dirección a Elyseum, nos culpan de
iniciar una guerra climática con armas biológicas! —hizo un silencio que a Thephoris le pareció eterno y, continuo—: Nos dan dos semanas para revertir los cambios climáticos
que afectan los cultivos de algas y la captura de peces. La población de peces pegasus que consumen los atlantianos
está disminuyendo y también nos culpan de ello.
Tuvo la impresión de que una nube negra se
asomaba y cubría todo su mundo. Thephoris
vio que, desde dimensiones eterices y no visibles a los suyos, la
contingencia ganaba poder y hacía trizas sus deseos de unir a todo el planeta
en un solo imperio. Pensó en llamar al grupo de sabios del gobierno de Elyseum para hablar con Atlantis de lo que él ahora sabía.
III
Sin
embargo, aunque Thephoris y su
ayudante Hellium explicaron el
asunto, que eran cambios provocados por un ciclo planetario, y que muchos más
en Atlantis también lo hicieron. Las
fuerzas de la contingencia tomaron poder de las débiles voluntades de
gobernantes sin espíritu. No paso mucho hasta que el conflicto armado se desató
por todo el planeta rojo y ya no solo los desiertos avanzaron, sino que las dos
grandes civilizaciones polares quedaron hechas escombro y polvo.
El planeta Marte nunca más se recuperó de
ese desastre hasta la llegada del hombre del planeta azul.