Un ermitaño inglés
El ermitaño vivía con un grupo de
leones. Se había perdido en una expedición, de eso hacía dos años. Nunca lo
encontraron. Ahora sólo tenía sus dos valijas: una era la de su chelo y otra, la
de la ropa, que iba alternando.
Gracias a las notas de su violonchelo seguía vivo. Lo visitaban cuando
amanecía. Él empezaba a tocar hasta la puesta del sol y los leones le llevaban
carne cruda que cocinaba a la noche, bien tarde.
Un día, mientras tocaba su música, un león macho trató de atacarlo y dos
hembras se lo impidieron.
En su nueva y extraña existencia, el ermitaño tenía una posesión
especial. Se trataba de una cortina de grandes y bellas lentejuelas de colores,
que había sacado de su casa y que había llevado, para colgar en la cabaña donde
iba a hospedarse, si su destino no hubiera cambiado. Ahora, la cortina colgaba
de tres maderas que simulaban una puerta, única obra que había llevado a cabo. Los
leones, miraban esas grandes lentejuelas que, en sus reflejos, jugaban con el
sol mientras él, hacía su música.