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Lucas Alonso Escritor

viernes, 16 de marzo de 2018

Cuento del sábado: El Arroyo

El arroyo







Romsol venía apresurado. Estaba inquieto y entonces dijo:
—¡Más rápido! ¡Más rápido! que debemos llegar al lago Trevul, en lo posible, antes de que atardezca.
Boros no pareció responder al mandato del otro y siguió al mismo ritmo que llevaba desde hacía un rato. El saetiano no había descansado bien la noche anterior y aparte sentía que había sido la más larga de toda su vida. Por eso, mientras que con cada paso se sostenía de la vara que ahora usaba para no tropezar, siguió al mismo ritmo y solo se preocupó en contemplar el paisaje que lo rodeaba.
El arroyo que hacia un rato había aparecido como un pequeño hilo de agua, ahora bajaba bordeado de elevaciones de piedra que formaban un acantilado. Caía en pendiente pronunciada y tenía unas tumultuosas aguas de esas que no invitan a nadar.
Boros pensó que el sonido del agua le ayudaba a apurarse y antes de que el argonita volviera a reprocharle, se apuró hasta ponerse a la par de los otros dos. Pero el saetiano no tuvo que sufrir mucho más aquel camino. Pues luego de otros mil metros, la pendiente descendió a una playa de guijarros.
La tarde todavía no terminaba, pero en ese cielo casi blanco y como adelanto de esa noche, se comenzaron a notar unos planetas anillados que por momentos y ante su inmenso poder y belleza, dejaban casi atontados a los dos visitantes.
—El que quiera tomar agua… —dijo argonita— Acá tiene este pocillo para beber.
Y le alcanzó a cada uno un pequeño recipiente plateado.
—Gracias —dijo Boros y le devolvió el recipiente mientras agregaba—: Prefiero nadar un poco a ver si al fin consigo sacarme un poco el cansancio.
—¡Con cuidado! —exclamó Romsol.
          —Yo prefiero beber —acotó el terrestre y también se adentró un poco en el agua.