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Lucas Alonso Escritor

sábado, 16 de diciembre de 2017

Cuento del sábado: Ingreso a Monte Olimpo


Ingreso a Monte Olimpo




Sabía que estaba prohibido pero dada la situación, igual descendió hasta la altura de la calle para sobrevolar por una avenida. La avenida terminaba en una elevación, el jet se dirigía a la pendiente y la meseta del fondo, como si tuviera velocidad propia, se acercó demasiado rápido. Ante el choque, el instinto le hizo mover los brazos hacia abajo. En sesenta grados con las alas dobladas, cambió de rumbo. Bordeó la elevación de tierra rojiza y subió al cielo cubierto de aparatos.
    Como un cohete, el jet ascendió y la fuerza centrifuga casi le hizo desmayar. Pero el cuerpo empezó a responder y pudo giró en dirección al puerto espacial Monte Olimpo.
    Tenía un horizonte aéreo despejado y pudo observar que a lo lejos, en el centro de la ciudad, las altas torres estaban incendiadas. Ahí se dio cuenta que las posibilidades de escapar a la destrucción de la ciudad estaban en el momento actual. Sintió un fuerte nudo en la garganta, y se dijo:
    —¡Sofía! ¡Los chicos!
    Una gran angustia lo tomó. Lo primero que haría al descender sería llamar a su familia y con una parábola de noventa grados, tomó calles laterales y avenidas hasta divisar los primeros hangares.
    Si haber entrado en la ciudad, había sido toda una hazaña. El espacio puerto era una tarea para suicidas. Los millones de capitalinos, parecían haber decidido evacuar todos al mismo tiempo.
    Cubierto por una maraña de naves aéreas, otras miles intentaban despegar. Antes de que pudiera realizar cualquier cálculo, una embestida de otro transporte, le hizo que perdiera altitud y quedara casi al ras del suelo. Con una nube de polvo a su paso y sin control de su jet, Martín pensó que el fin estaba próximo cuando con rápidos reflejos, entró en una pequeña pista. El tren de aterrizaje con los soportes se partió. Una maraña de cables y una lluvia de chispas pegaban contra la cabina. Chocó con una chapa y el blando metal desapareció tras su jet. “Estoy dentro de uno de los hangares” se dijo dándose animo y con una bocanada de aire, salió del aparato.
    Inmensas nubes de humo escudriñaban la ciudad. Por las calles de los hangares, la gente corría y chocaba una con otra. Pensó en su familia y se preguntó si estarían a salvo.

 Este extracto pertenece a la novela "La Máquina de la Vida"