Frutos extraterrestres
Su amigo de Sol también estaba ahí casi estático
como él. Observaban una plantación de árboles frutales que crecían frente a sus
narices. Estos eran altos de tronco liso y oscuro. En largas hileras cada, veinte metros, se erguían majestuosos ante la presencia de los visitantes. Al igual que los fuertes y duros
pastos que crecían en el páramo, sus hojas eran de color verde claro casi fosforescentes y sin poder creer todavía el destino que tenían ante tal hallazgo, el nuevo descubrimiento hizo que los dos se
quedaran absortos ante el paisaje. Porque mientras miraban embelesados los grandes frutos
redondos y amarillos medio apocados casi dorados, que crecían bajo las altas
ramas. Nunca imaginaron que a solo una centena de metros de su antiguo camino
podían existir plantaciones tan bastas.
Saliendo
de la alucinación que el nuevo paisaje le provocaba, y luego de una corta
carcajada, Ulises dijo:
—No espero que me des la razón, porque sabes que nunca me intereso tenerla. Bastaría con que me hagas pie para ver si alcanzamos.
Indicó uno de los frutos más bajos que colgaban a unos tres metros del suelo. Boros lo ayudo hasta que de un fuerte manotazo Ulises tiró el pesado fruto sobre los pastos.
—No espero que me des la razón, porque sabes que nunca me intereso tenerla. Bastaría con que me hagas pie para ver si alcanzamos.
Indicó uno de los frutos más bajos que colgaban a unos tres metros del suelo. Boros lo ayudo hasta que de un fuerte manotazo Ulises tiró el pesado fruto sobre los pastos.
De
cáscara dura y gruesa y por la falta de herramientas no fue fácil
la tarea de abrirlos. A fuertes golpes contra el oscuro tronco lograron
romperlo para que, de su centro, saliera un líquido transparente y no muy
espeso. Ulises se apresuró a beber, el saetiano cuando prefirió
no probar. Adujo que no tenía apetito y se fue en busca de
algún fruto caído que entre tantos árboles estaba seguro que enseguida
encontraría.
Este extracto pertenece a la novela ''La Máquina de la Vida"