Una construcción simétrica
Una construcción simétrica, es un proyecto de
producción de civilizaciones ordenadas,
dinámicas e independientes. Este llega a su ciclo final de realización cuando
el individuo promedio, puede realizar su máxima iluminación o sea la
realización de sus proyectos personales.
Así lo traduje por mi conocimiento de las
tablas cuneiformes que traía por triplicado en documentos a los que nadie,
antes de que subiera al avión en Tel-Aviv rumbo a París, debía tener porque
estaba en riesgo mi propia vida. El problema era el conocimiento de esta
información, pues este primer y extraño párrafo que no sorprenda al lector es
el principio de las tablillas recién traducidas, ahora en 2007, del milenario
pueblo sumerio, “Pueblo de los cohetes”. Ahora que tenemos las tablillas, sería
la mejor traducción. También espero que los gobiernos que recibieron esta
información finalmente la den a conocer. Por mi parte, ya la estoy volcando en
la red. Pero vayamos paso a paso.
Si alguna sensación podría definir el sentimiento que en ese momento me
embargó, al tener estos documentos, fue de felicidad, con mariposas flotando en
mí estómago. Habría deseado que aquel instante nunca acabara, no llegara a su
final, y que pudiera, si esto fuera posible, continuar solamente descansando y
disfrutando de lo logrado. Pero como quien sabe nadar en aguas turbias, y como
quien tiene la certeza de que no debe quedarse demasiado en un mismo lugar.
Debía salir. Eso fue lo que hice.
Tomé un vuelo Tel-Aviv – París y, una vez en el aeropuerto, llamé a Jean
Pierre desde mi celular.
—¡Jean Pierre Jean Pierre! —grité, ni bien logré la comunicación.
El lector tendrá que comprender que mi alegría estaba en proporción a mi
hallazgo, pues era la primera persona conocida con la que hablaba desde hacía,
una semana, al menos. Y él respondió:
—Sí, Max ¿Qué tal el vuelo?
—¿Te sorprendería si te dijera que de maravilla? Como pocas veces.
Siento que vengo con viento de cola.
—Debo adivinar que las cosas van bien, entonces —dijo Jean con un poco
de reproche en la voz. No hice caso a eso, y seguí:
—Sí, se puede decir que fue una especie de milagro—guardé silencio un
momento, sabiendo la reacción que provocaría lo que dije luego:
—Los dos viejos estarán más que conformes con el resultado…
—No quiero sonar cursi —dijo entonces Jean—. Pero... ¿tienes los
números? ¿Existían esos números que estos viejos locos quieren?
—Si no me crees, pasa a buscarme por el aeropuerto.
Jean apenas cortó, con su innata inquietud, salió del castillo que los
dos viejos filántropos nos habían dejado como base de operaciones, hasta que
termináramos el encargo y, como sabemos, ya estaba concluido.
Ansioso como es, subió al Citroën y, en dos minutos y poco, recorrió los
quinientos metros de bosque que separan al castillo de la autovía. Luego
transitó los ciento cincuenta kilómetros hasta el aeropuerto de París. Diré
también que no le fue difícil encontrar a su compañero y socio.
Jean fue el primero en hablar:
—¡Ahora no me puedes mentir! —hizo una pausa y me miro con más
atención—. Dime… ¡que no aguanto más! ¿Es verdad que conseguiste lo que estos
locos piden?
—Acá están todos los datos —recuerdo que dije, para luego agregar:
—En forma de disco láser, en forma de papel, fotocopiado, triplicado y
en un papel amarillo muy popular allá, que se supone es ultrarresistente.
Como si su equipo preferido de fútbol, el Inter de Milán, estuviera a punto de meter un golazo, Jean se
agachó un poco con las intenciones de empezar a saltar, y así lo hizo, mientras
decía:
—¡Nos hicimos acreedores de 200.000 Euros!
—Sí, Jean —fue mi corta respuesta, mientras le daba unas palmaditas en
la espalda—. Aunque no lo creas —y cansado por el viaje, terminé diciendo, para
calmar la ansiedad de mí amigo y socio:
—Vamos a buscar el auto que, mientras manejás, te cuento.
Emprendimos el viaje hacia el castillo que, como les dije, nos habían
asignado como centro de operaciones para la misión y, que conseguimos con Jean
al responder al aviso que apareció en el periódico: “Se buscan expertos en arqueología para viaje de investigación a Medio
Oriente”.
Los dos, sorprendidos, al ver el anuncio, solo teníamos la misma afición
por el tema y algún que otro conocimiento. Nos percatamos de la poca idea que
teníamos de arqueología. Al mismo tiempo, los dos estábamos con poco trabajo y
teníamos un alquiler compartido a medias que pagar a fin de mes. Al menos
estábamos dispuestos a ir a averiguar de qué se trataba.
Nada más importante teníamos que hacer esa mañana, que cosa insólita,
nos habíamos levantado ocho y quince. Entonces, respondimos al anuncio, y a las
10:00 en punto, estábamos en el castillo.
Como les decía cuando todo había terminado y Jean pasó a buscarme por el
aeropuerto, comentó con su típica excitación: — ¡Tenemos que llamar
para avisarles!
—Ya habrá tiempo para eso
—recuerdo que dije y entonces agregué:
—Ahora déjame que siga con mi relato: cuando bajé en Tel-Aviv me sentía
tan improvisado como lo estuvimos desde el principio. Sin una idea mejor, me
dirigí al museo donde se exponen los manuscritos del Mar Muerto. No te negaré
que me sentí un agente secreto al mejor estilo 007. Sin mi inglés fluido, la misión simetría hubiera sido un
rotundo fracaso. Pero, vayamos por partes. Como sabes no soy hombre de muchas
vueltas.
Jean lo confirmó y continúe:
—Cuando llegué a Tel-Aviv, decidí que el alojamiento lo dejaría para más
tarde. En busca de alguna buena idea que me sacara del atolladero en que ya me
veía, fui directamente al museo, a ver los rollos del Mar Muerto.
Me quedé mirando desde la pasarela el largo tubo que los contiene. Pero
no fue necesario que pensara, o que siguiera guiándome, como hasta entonces,
por la intuición. El Universo ya me estaba dando una pista.
—¡La Creación nos guiará si
nuestro camino es el correcto! —dijimos los dos al unísono,
la frase de costumbre, mientras entrabamos en la autovía.
Luego continué:
—Delante del tubo que contiene los rollos, había un hombre de camisa
blanca, pantalón negro, no muy alto, calvo, de gruesos bigotes y mirada
profunda. Mientras se acercaba con las manos en los bolsillos, dijo: ¡No creo
que pueda descifrar nada desde esa distancia! en referencia a los dos metros y
poco que separan los rollos del público. Le repliqué:
—¡No se preocupe. De ser necesario tengo binoculares!
Luego me preguntó qué hacía en Tel-Aviv, pues se había dado cuenta de
que era turista.
—¡En conclusión! —dijo Jean.
Continué:
—Terminamos fuera del museo, en un café, conversando. Ahí fue cuando me
enteré de que Omar era palestino y… oh casualidad…
—No sé lo que dirás, pero es increíble que las cosas se fueran dando de
esta manera —afirmé lo dicho por Jean y seguí:
—Él tenía conocimientos sobre lo que estábamos buscando. Omar pertenece
a una sociedad teosofísta —con cierta hilaridad, agregué:
—No hace falta que te diga, Jean, lo que una honesta borrachera, puede
llevarte a hacer.
—Más a ti, que te ilumina el cerebro, como dices— agregó Jean.
—Esa misma noche, con el riesgo de echar todo a perder, le confié la
misión.
Decidimos a media noche que lo mejor sería viajar a Jordania, a ver a un
amigo de Omar que había regresado de Irak. Acá tendré que hacer una pausa,
querido amigo— dije, mirando a mi socio con una emoción que me obstruía la
garganta. Jean asintió y, entonces, pude continuar, mientras sentía en el
rostro el viento que producía la velocidad del vehículo en la autopista—
¡Todavía no puedo creer que las cosas se hayan dado de esta manera! Esto es una
comprobación que nos está dando el Universo ¡No puede ser de otra forma, Jean!
—Perfecto, pero continúa— dijo mi impaciente compañero.
—El amigo de Omar venía, ni más ni menos, de la mítica ciudad de Ur.
Esto nos ahorró el trabajo de pagar a una persona la mitad de toda la ganancia,
como habíamos quedado —Jean volvió a afirmar y seguí con el relato—. Sin contar
el trabajo de adentrarse en Irak. Seguir el rastro de alguna de las supuestas
veinte copias que, se dice, existen de los documentos de los dioses.
Bien recordaba la pista que los dos viejos nos dejaron cuando llegamos
al castillo. Que de las cinco que, seguramente, se perdieron en la guerra y que
se encontraban en Bagdad, y si descontamos las que por error, ignorancia y sin
saber su contenido, hubieran sido destruidas junto con los museos de Bagdad,
por las tropas de ocupación— hice una pausa y continué—. Según los informantes
de estos dos ricos filántropos, ningún gobierno estuvo ni está, en la búsqueda
de los documentos. Las restantes, dicen ellos, deben estar en la milenaria
ciudad de Kis, en Ur o en Babilonia.
No fue necesaria la búsqueda. Delante de mí, tenía a la persona
indicada. Un arqueólogo sirio que, con su equipo de excavación, había trabajado
en la ciudad de Ur.
En su Zigurat encontraron, sin duda; la información que a nosotros nos
habían pedido.
—A esa altura, supongo —agregó Jean—; mandaste el mail que decía: “Vamos
por buen camino”
—Sí, más precisamente, estábamos yendo por la ruta del desierto que une
Tel-Aviv y Damasco. Fue antes de encontrarnos con el amigo de Omar, cuando,
luego de tomar confianza, pude acercarme a las láminas con las fotos en escala
1:1.
“Caí en la cuenta por las traducciones de las tablillas cuneiformes, y
por el estudio que hicimos de ellas en el castillo, que ahí, precisamente,
estaba la información que estos viejos locos nos habían mandado buscar.”
Hice una nueva pausa mientras doblamos por una curva cerrada —Te digo, Jean, que la cerveza,
más el último licor que bebimos antes de decidir con Omar ir directo a Jordania,
pagando un taxi a medias, me subió cuando estuvimos en la casa del arqueólogo.
Ahí enfrente tenía al amigo de Omar, y con la mente… digamos, adelantada al
tiempo por el alcohol, fue que pude leer las intenciones de estas dos buenas
personas. Supe, entonces, que podríamos formar un equipo.
Decidí esperar al otro día y, con la mente más despejada, seguir con el
plan. Antes, agradecí al arqueólogo por mostrarme los hallazgos que habían
realizado. Ya sabés como es la hospitalidad árabe. Me invitaron a quedarme. Me
tendieron unas mantas en el living comedor, donde descansé y repuse fuerzas.
A la mañana siguiente, luego de un té árabe, conversamos sobre las
implicaciones de estos documentos. Enseguida noté en los ojos del amigo de
Omar, cierto recelo por los manuscritos. Por un momento pensé que el plan podía
echarse a perder. Entonces, mientras terminábamos nuestro té, guardé silencio
por un rato.
Los tres quedamos callados, contemplando el jardín delantero de la casa,
con los dátiles movidos por el viento.
Todavía no habíamos hablado nada con el amigo de Omar, con respecto a
que yo necesitaba. Tampoco era tan absurdo su recelo, ya que había regresado de
Irak hacía solo dos meses, en diciembre de 2007, con todo lo que ello
conllevaba.
Gracias a un buen silencio supe, que tiempo y espacio me eran propicios
y, ofrecí 15.000 Euros por una copia. Le dije, también, que si aceptaba la
oferta, tendría que llevarla esa misma noche. Esto último porque empecé a
percibir que tenían cierta importancia… Repito, que cierta importancia que
todavía nosotros no llegamos a comprender.
No fue fácil convencer al arqueólogo. Omar hizo silencio y nos dejó que
negociáramos. Al arqueólogo le hice ver que lo mejor sería llevarlos al Viejo
Continente. Publicarlos en todos los medios, y que la gente se enterase de la
verdadera historia de la humanidad.
En esta parte no estuve muy seguro de haber sido honesto y, me dije,
para no traicionar mi conciencia, que luego vería la forma de hacer realidad lo
que estaba prometiendo. Entre tanto palabrerío, el arqueólogo entrevió la
sinceridad de mis intenciones y accedió.
Supe, entonces, que debía tomar el primer vuelo de regreso a Francia, a
más tardar al otro día y cuanto mas temprano mejor. Eso fue lo fácil. El
problema fue explicarle luego, a solas a Omar, que todavía no contaba con el
dinero, pero que los dos debían confiar en mí, porque era hombre de palabra. Si
así lo creía, él por supuesto. Ni bien nos pagaran a nosotros, así le dije a
Omar, le mandaría la plata.
—¡Contaste todo lo de filántropos locos! —dijo Jean con media sonrisa.
—Sí, le ofrecí con toda humildad, otros 5000 Euros más el pago del taxi
de vuelta. Esto último, el costo del taxi, por adelantado por supuesto, por el
favor de haberme presentado a su amigo, y por el trabajo de convencerlo.
— ¡Lo lograste! —dijo Jean alegre y nervioso.
Le respondí golpeando el maletín, y continúe:
—¡Por eso, ahora debemos mandar 20.000, ni bien paguen!
Sin dudar marqué en mi celular el número que me habían dejado los
filántropos. Enseguida llegó la comunicación satelital.
—Hola, señor Thomas. Sí, lo reconocí por la voz. Le tengo buenas noticias: estamos yendo para
el castillo y tenemos lo que ustedes pidieron. Sí, sí los mismos documentos, las
formulas matemáticas que usted me había mencionado. En media hora, bueno entonces
eso me da tiempo para darme un baño en su castillo. Sí… mantengo el buen
sentido del humor. Hasta luego, señor.
Todo esto le conté a mi buen amigo Jean. Así, ni bien llegamos al
castillo me di un buen baño y, el timbre sonó dos veces. Bajamos apresurados.
Afuera se veía el auto de los dueños.
Un negro sedán con chofer incluido, sumamente pulido. Los dos viejos,
con una gran sonrisa, bajaron alegres por las puertas traseras.
—Señor Thomas —dije, mirando al que descendió por el lado del conductor.
—Mi querido e intrépido caballero —respondió y agregó: trajo el Tetramenitrón, pieza única de esta
humanidad.
—¡El documento que dejaron los
dioses, para instruirnos en la creación de civilizaciones! —dijo enseguida
el otro caballero, mientras terminaba de cerrar la otra puerta del auto.
—Sí.
Luego de una pausa, el señor Thomas agregó:
—Señores, acá nos separamos. Pero antes, acá tienen el pagó por su
trabajo.
Nos extendió dos sobres con números de cuenta.
—¿Para retirar por ventanilla?
—Sí, exactamente y arrivederci —respondió por ultimo el señor Thomas.
Así nos separamos, como cuatro caballeros. Pero con un poco de sospecha,
mutua entre ambos pares.
De vuelta en la autovía y en el Citroën, Jean preguntó:
—¿No tienes miedo que estos viejos nos manden a matar?
—Pensé en eso…—miré a mi amigo y, con la seriedad del momento,
continué—. Mandé una copia de los documentos a nueve embajadas indicando cómo
llegar al castillo. Y, ahora, lo primero es hacer una transferencia de 20.000
Euros a una cuenta en Tel-Aviv.
Entonces, Jean me miró, puso su mano en forma de gatillo, y simulando
una pistola, me disparó con el dedo.
Esto me recuerda un dicho “Puedes meter la cabeza en la boca del león,
pero no te olvides de sacarla antes de que la cierre” También pensé: “Todo esto
puede que sea un trabajo de la conciencia de esta civilización. Para buscar sus
equívocos, sus principios existenciales”.
París ya se perfilaba en la distancia.
The Symmetric Construction
A Symmetric construction is a project produced by
orderly, dynamic and independent civilizations. It reaches its final cycle of
accomplishment when the average individual can reach his or her full
illumination, that is, the realization of the personal projects
So I
translated it from my knowledge of the cuneiform tablets that I brought in
triplicate in documents that nobody before boarding the plane from Tel Aviv to
Paris, should know because my own life was at risk. The problem was to know this
information, as this first strange paragraph -I hope not to surprise the
readers- is the beginning of the newly translated tablets, now in 2007 , about the
ancient Sumerian people, the"People
of the rockets". Now that we have the tablets, that could be the best
translation. I also hope that governments that received this information,
finally will disclose it. For my part, I'm downloading it on the network. But
let's go step by step.
If some word
could define the feeling that seized me at that time, to have these documents, it
was happiness, even with floating butterflies in my stomach. I wished that this
moment would never end, that it did not come to an end, and that, if possible,
I should just get on resting and enjoying what has been achieved. But as one who´s
used to swim in murky waters, and trusts that should not stay too much time in
one place. I should be going. That's what I did.
I took a flight
Tel Aviv - Paris and once at the airport, I called Jean Pierre from my cell-phone.
—Jean Pierre,
Jean Pierre! —I shouted as soon as I got in touch.
I hope the reader will understand that my joy
was proportional to my finding, because it was the first known person with whom
I spoke for at least a week. And he
said:
—Yes, Max.
How was the flight like?
—Would you
be surprised if I told you it was wonderful? As a few times. I feel lik I'm
pushed by a a tailwind.
—Then, I
guess things are going fine —Jean said with some reproach in his voice. I
ignored it, and get on:
—Yes, you
can say it was a miracle. —I was silent for a while, knowing how would be his reaction
at what I said then:
—The two elders
will be more than pleased with the result...
—I don´t
want to sound tasteless —said Jean—. But... do you have the numbers? Were are those
numbers these crazy elders are looking for?
—If you don´t
believe me, come to see me at the airport.
Just after
finishing the call, with his innate restlessness, Jean left the castle the two
old philanthropists had gave us as an operations site until we'd finishe what it had
been asked us... And, as we know, it was already completed.
Eager as he is,
he took the Citroën and, just in two minutes and a little more, he covered the
five hundred meters distance through the forest that separate the castle from
the carway. Then he made the hundred and fifty kilometers to the Paris airport.
I should also say that it was not difficult for him to find his companion and
partner.
Jean was the
first to speak:
—Now you cannot
lie to me! —He paused and looked at me more attentively—. Tell me now... I can´t take it
anymore of this suspense! Is it true that you got what these two crazy old men are
askimg for?
—Here are
all the data —I remember I said. And then I added—: On a laser disc, on paper,
three photocopies and in yellow paper which is very popular over there, which
is supposed to be very strong.
As if his
favorite football team, the Inter Milan, was about to score a great goal, Jean
leaned down as if he was about to start jumping... and he did, as he said:
—We made
ourselves owners of 200,000 Euros!
—Yes, Jean —it
was my short answer, as I patted him on the back—. Believe it or not —and as I
was so tired from the trip, just to calm the anxiety of my friend and partner,
I said:
—Let's find the
car and I'll tell you while you drive.
We began
journey to the castle that, as I said, we had been assigned as a base for the mission.
Jean and me had found it as an answer to the notice that appeared in the
newspaper: "Wanted experts in archeology for research trip to the
Middle East."
The two of
us, surprised when we saw the ad, just shared the same passion for that subject
and some or other knowledge. We knew we had little idea about archeology. At
the same time, we were both with little work and we had to pay this month´s rent for the place we shared.
At least we were willing to go and find out what was it all about.
That
morning, we had nothing more important to do, so, as a very unusual thing, we
had waked up at eight fifteen. Then, we decided to go for the announcement, and
at 10:00 o'clock, we were at the castle.
As I said,
when everything was over and Jean came to pick me at the airport, he said with
his typical excitement:
—We have to
call them and tell them we're going there!
—There will be time for that —I remember I said and then Iadded: —Now let me continue with my story: when I
got down in Tel Aviv I felt so ignorant as we were from the beginning. As I
couldn't think a better idea, I went to the museum where the Dead Sea Scrolls
are exhibited. I can't deny that I felt like a "007 secret agent".
Without my fluent English, the symmetry mission would had been a flat failure.
But lets go in some order. As you know, I am not a man to doubt a lot.
Jean admitted it, and I went on:
—When I arrived in Tel Aviv, I decided that I would leave the
accommodation for later. Looking for some good idea to take me out of the quagmire
were I already felt myself, I went straight to the museum to see the Dead Sea
Scrolls.
From the walkway I was watching at
the long tube were they are preserved. But it was not necessary for me to go on
thinking, or using my intuition, as I've been doing. The Universe was already
giving me a clue.
—The Creation will guide us if we are in the right way! —we said
together, the usual phrase we always said, while we were going into the
highway.
Then I continued:
—In front of the tube containing the scrolls, there was a man in a white
shirt, black pants, not very tall, bald, with thick mustaches and a deep look. As he got
near it with his hands in his pockets, he said: "I don´t think I can
figure anything from that distance!" He was talking about the little more
than two meters that separated the rolls of the public. I replied:
—Do not worry. If necessary I have binoculars!
Then, he asked me what was I doing in Tel Aviv, for he had realized that
it was a tourist.
—In conclusion! —said Jean.
I went on with the story:
—We ended up out of the museum, talking in a cafe. That's when I learned
that Omar was Palestinian and... oh chance...
—I don't know what you're going to say, but it's amazing that things
were happening in this way.
I gabe Jean the reason and went on:
—He knew what we were looking for. Omar belongs to a theosophical
society —and I added with some hilarity:
—Needless to tell you, Jean, what an honest drunkenness could make you
do.
—Specially to you, because it lights up your brain, as you say —Jean
added.
—That same night, at the risk of ruining everything, I trusted the
mission to him.
"At midnight we decided that the best would be to travel to Jordan,
to see a friend of Omar who had returned from Iraq. Here I have to pause, dear
friend —I said, looking at my friend with such an emotion that clogged my
throat. Jean nodded and then I could continue, while I felt the wind in my face
produced by the vehicle speed on the highway—I still cannot believe that things
have been this way! This is a proof the Universe is giving us. It can't be
otherwise, Jean!
—Perfect, but go on —said my anxious friend.
—Omar's friend comes, no less, from the mythical city of Ur. This saved
us of paying a person for a work that would cost us half of all our profits, as
we'd arrange —Jean asserted again and I went on with the story—. Not counting the work of going into Iraq. To
follow the trail of some of the alleged twenty copies, that as its said, are the godsdocuments.
I well remembered the trackt the
two old men had left us when we arrived at the castle. No doubt, five of them
were surely lost in the war and were in Baghdad, and if we don't take count
those that had been destroyed by mistake, ignorance and not knowing its
contents along with the Baghdad museums
and by the occupation troops —I paused and then went on—. According to the informants
of these two wealthy philanthropists, not any government was in the search of those documents. The rest,
they say, must be in the ancient city of Kish, in Ur or Babylon.
No search was necessary. Before me, I had the right person. A Syrian archaeologist who, with his
excavation team had worked in the city of Ur.
No doubt, in the Zigurat they found the information that we had been
asked for.
—At that point, I suppose —added Jean—was when you sent the mail saying,
"We are on the right track".
—Yes, more precisely, we were going through the desert road which links
Tel Aviv and Damascus. That was before we met Omar's friend, when, after
feeling sure, I could get close to the sheets with photos in scale 1: 1.
"Through the translations of the cuneiform tablets, and the study
we did of them in the castle, I understood that there, precisely, was the
information the old crazy men had sent us to look for."
I made another pause while we took on a closed curve.
—I tell you, Jean, that the beer,
besides the last liquor we drank before Omar and me decided to go straight to
Jordan, in a the taxi each of us payed a half, that drinks made there work when
we were at the archaeologist house. In front of me, I had Omar's friend, and with
my head... let's say, ahead of time by alcohol, I could guess these two nice
people´s intentions. Then, I knew we could make a team.
I decided to wait till next day and, being already clearheaded, I coud
stick to the plan. First, I thanked the
archaeologist for showing me the findings they had made. You know how Arab
hospitality is. They invited me to stay. They tended some blankets in the
living room, where I rested and regained energies.
The next morning, after an Arab tea, we talked about these documents
implications. Right away I noticed some suspicion about the manuscripts in the
eyes of Omar´s friend. For a moment I thought the plan could spoil. So while we
finished our tea, I remained silent for a while.
The three of us kept silent, staring at the front garden of the house, watching
how the wind moved the date trees.
We had not yet talked nothing with Omar friend about what I needed. Nor
it was not so absurd his suspicion, since he had returned from Iraq just two
months ago, in December 2007, with all that that entailed.
Thanks to a wise silence, I knew time and space were right to me and I offered
15,000 Euros for a copy. I said, too, that if he accepted my proposal he would
have to take the documents that same night. That was because I started to
realize those papres had some importance...
I repeat, a kind of importance that we do not yet truly understand.
It was not easy to convince the archaeologist. Omar was silent and let
us negotiate. I made the archaeologist understand that it was better to take
them to Europe. Post them in all media, so people would know the true mankind history.
At that moment, I was not sure if I was being honest and I told myself I had not
to betray my conscience. I thought that afterwards, I'd find a way to make my
promise real. Meanwhile, through all my words, the archaeologist could catch
the truth of my intentions and agreed.
I knew then I had to take the first flight back to France, at most the
next day, the earlier the better. That was the easy part. The problem was then
explain Omar, when we were alone that we still didn´t have the money, but even
so the two of them should trust me because I was a man of word. Of course, if
he believed me. As soon as we were paid, I told Omar, I´d send him the money.
—You told all about the crazy philanthropists! —Jean said with a
half-smile.
—Yes, very humbly I offered him, another 5000 Euros, plus the cost of the
taxi to get back. The latter, the cost of the taxi, in advance of course, as a
way to thank him for having introduce me to his friend, and the effort work to
convince him.
—You did it! —exclaimed Jean cheerful and nervous at the same time.
I replied hitting the bag, and went on:
—That is why we must now send 20,000, as soon as they pay us!
Without no doubts, I dialed the number the philanthropists ad left me on
my cell. Immediately came satellite communication.
—Hello, Mr. Thomas. Yes, I recognized your voice. I have good news: we
are going to the castle and we have what you´ve asked for. Yes, yes the same
documents, the mathematical formulas you had mentioned. In half an hour... so
then... that gives me time to take a bath in the castle. Yes ... I keep a good
sense of humor. See you later, sir.
All this I told my good friend Jean. So, as soon as we reached the
castle I took a good bath and while I was at it, the doorbell rang twice. We
got down quickly. Outside there was the owners car.
A black sedan with driver included, highly polished. The two old men,
with a big smile, got out cheerfully through the rear doors.
—Mr. Thomas —said I, looking at the one who had got out by the driver's
side.
—My dear and fearless knight —said he and added—: I´ve brought the Tetramenitron, the one piece part of
this humanity.
—The document left by the gods to teach us how to create civilizations!
—said immediately the other gentleman, while he was closing the car door.
—Yes.
—To get it by the Bank window?
—Yes, exactly and arrivederci
—said at last Mr. Thomas.
So we parted as if we were four
knights. But with some kind of mutual suspicion
between the two pairs.
Back on the highway and in the Citroen, Jean asked:
—Are not you afraid that these old men send someone to kill us?
—I thought of that… —I looked at my friend and, with the seriousness of
the moment I went on—. I sent copies of the documents to nine embassies
indicating also how to reach the castle. And now, the first thing is to make a
transfer of 20,000 Euros to an account in Tel Aviv.
Then, Jean looked at me, put his hand as if it were a revolver, and made
mano en forma de gatillo, y simulando una pistola, faked a shot at my finger.
This reminds me of a saying "You can stick your head into the
lion's mouth, but don't forget to remove it before it cloeses it". I also
thought: "This may be a work of this civilization consciousness. To look for
their mistakes, their existential principles. "
Paris could be seen at the distance.
Traducción: Ana Silvia Mazias