Ingreso a Monte Olimpo
Sabía que estaba
prohibido pero dada la situación, igual descendió hasta la altura de la calle
para sobrevolar por una avenida. La avenida terminaba en una elevación,
el jet se dirigía a la pendiente y la meseta del fondo, como si tuviera
velocidad propia, se acercó demasiado rápido. Ante el choque, el instinto le
hizo mover los brazos hacia abajo. En sesenta grados con las alas dobladas,
cambió de rumbo. Bordeó la elevación de tierra rojiza y subió al cielo cubierto
de aparatos.
Como un
cohete, el jet ascendió y la fuerza centrifuga casi le hizo desmayar. Pero el
cuerpo empezó a responder y pudo giró en dirección al puerto espacial Monte
Olimpo.
Tenía un
horizonte aéreo despejado y pudo observar que a lo lejos, en el centro de la
ciudad, las altas torres estaban incendiadas. Ahí se dio cuenta que las
posibilidades de escapar a la destrucción de la ciudad estaban en el momento
actual. Sintió un fuerte nudo en la garganta, y se dijo:
—¡Sofía!
¡Los chicos!
Una gran
angustia lo tomó. Lo primero que haría al descender sería llamar a su familia y
con una parábola de noventa grados, tomó calles laterales y avenidas hasta
divisar los primeros hangares.
Si haber
entrado en la ciudad, había sido toda una hazaña. El espacio puerto era una
tarea para suicidas. Los millones de capitalinos, parecían haber decidido
evacuar todos al mismo tiempo.
Cubierto
por una maraña de naves aéreas, otras miles intentaban despegar. Antes de que
pudiera realizar cualquier cálculo, una embestida de otro transporte, le hizo
que perdiera altitud y quedara casi al ras del suelo. Con una nube de polvo a
su paso y sin control de su jet, Martín pensó que el fin estaba próximo cuando
con rápidos reflejos, entró en una pequeña pista. El tren de aterrizaje con los
soportes se partió. Una maraña de cables y una lluvia de chispas pegaban contra
la cabina. Chocó con una chapa y el blando metal desapareció tras su jet.
“Estoy dentro de uno de los hangares” se dijo dándose animo y con una bocanada
de aire, salió del aparato.
Inmensas
nubes de humo escudriñaban la ciudad. Por las calles de los hangares, la gente
corría y chocaba una con otra. Pensó en su familia y se preguntó si estarían a
salvo.
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